Pequeña flor, tu que diste orgullo a mi vida.
Dulce pétalo que me convenciste para comenzar a comprar una dulce colonia y oler como el capullo de una gran flor.
Pequeña rosa, que te fuiste acercando a mi vida, hiriendo esta con el toque de tus espinas puntiagudas.
Tú, mi gran amor, que por muchas diferencias que tuviéramos teñiste mi cuerpo de un rojo vivo, hiciste que por mis venas y arterias corriera la sangre de una persona, de una gran persona.
Si tú, pequeño corazón ya es hora de reconocer tu pasión por aquellos besos, que un día ella nos dio.
Es una pena, que esto ya solo sea un simple recuerdo, y que sus últimas palabras fueran un simple adiós, hasta aquí llego...
Aquel barco en el que ambas flores flotaban sobre aquella triste y cansada mar, amarró. El camino de los dos quedó separado, por aquel último adiós, en el que hasta el más misero novato en esto del amor, sabría que se refería a nunca más volveremos a vernos...
No hubo palabras para describir la pena, pero si hubo sentimiento para aun recordar aquél retrato que su sonrisa pinto en su corazón.
Desde aquel entonces la flor, no padece ningún tipo de enfermedad, únicamente florece más felizmente cuando sale el sol, que ilumina día tras día su corazón.