Revista Literatura

El placer de darse importancia

Publicado el 28 febrero 2013 por B

Yo siempre he dicho que escribir hace daño, te tiras del pelo, te pones nervioso, revisas, revisas, tachas, te pones más nervioso, no sale nada, no funciona, la idea, la gran idea de repente, el gran argumento que en ti funcionará y que los demás rechazaron. Escribes en bloc de notas, en cuadernos de viaje, en una servilleta de bar, en la cabeza mientras tomas una caña, en el margen del periódico, escribes en el trabajo, escribes mientras comes aunque realmente no comes porque escribes. Yo siempre he dicho que escribir hace daño lo que pasa que a algunos nos gusta el sadomaso.
El placer de escribir, esa liviandad, encaja perfectamente con llevar un diario autocomplaciente en que todo lo que se cuenta resulta crucial dentro de las cuatro esquinitas de tu cama, porque ese placer de escribir es en suma el placer de darse importancia. Empezar y continuar y acabar una novela, durante meses o años, consigue siempre que uno se dé cuenta de lo pequeño que es, sin embargo. El texto de la novela no es placentero mientras se escribe porque, tantas veces, no sale como debe. El novelista está obligado a que su texto funcione. Esa escritura placentera de la que hablan tantos -y que quizá, aparte del diario adolescente, puede incluir las cartas a mamá desde Londres, un verano- funciona siempre, pues se trata de un desahogo, de una terapia, de un decir las cosas para dejarlas dichas y no para que sean leídas.
Fragmento de Dolorosas imprentas locales, Lector Mal-herido

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