Y pasaron los años, y la vida sola con su sempiterno vaivén, y sin forzarla, jugando al escondite, se ocupó del resto. Sólo bastaba encontrar la esquina oportuna, ésa en la que las saetas volasen en mil pedazos en el callejón de nuestras bocas haciendo estallar ese beso que logra detener la monotonía del tiempo haciendo temblar los adoquines que creímos muertos. Tú lo llamaste la magia del azar, y yo, sonriéndote, al pasear tu lengua en la míalo llamé esa