Por: Claudio Sánchez Castro
El premio es el azar, es la posibilidad de cambiar la vida de un hombre gracias al dinero y todo aquello que esto implica. Varias posibilidades se presentan sobre la vida del protagonista de la sexta película del reconocido director peruano Alberto ¨Chicho¨ Durant.
En esta oportunidad Durant recurre al estereotipo en sus personajes y enfrenta la realidad rural con la urbana de un Perú que crece sin saldar las cuentas pendientes con sus habitantes a lo largo de toda su geografía. Este país andino ha agudizado sus diferencias sociales y de alguna manera en El premio uno puede apreciar esto. Una Lima peligrosa, temida por sus propios habitantes es dibujada con asombrosa sencillez, evitando mostrar el fondo de los problemas reales causantes de la pobreza.
La historia es muy simple, un habitante de la sierra que tiene (como todos, ya que no es privilegio del área rural la pobreza económica) muchas deudas y problemas de orden familiar, gana el premio mayor de una lotería. Para cobrar lo que le corresponde debe ir a la gran ciudad y enfrentarse con ese monstruo que tiene sus secretos y trampas.
La desintegración familiar es mostrada como un hecho que tiene que ver con un resentimiento y un no entender las causas de lo que esto implica en la sociedad latinoamericana, donde las migraciones tanto internas como externas han generado modificaciones estructurales en el planteamiento general de la realidad social de nuestros países. La película busca mostrarnos, sin entenderse desde su concepción, lo que implica el dinero en un pueblo y en la ciudad. Una propuesta que se soluciona con una casualidad inverosímil y que se acerca a una mirada externa antes que a un conocimiento cierto de una de las tantas situaciones complicadas que se viven en todos nuestros países.
El film de Durant bordea un lenguaje televisivo antes que lo cinematográfico, ponderando la facilidad de su alcance popular y de identificación melodramática antes que una estructura sólida que puede deberse a un flojo guión y un no adaptarse a nuevas realidades. Es muy valioso que directores de larga data continúen su trabajo y sigan aportando a la cinematografía, pero es muy cierto también que uno no se puede cegar ante aquello que no logra conectarse con el público.
Este mal cunde en las cinematografías andinas (al menos) donde el cine más visto en la última década ha seguido siendo el de los directores reconocidos con anterioridad y el público se está adormeciendo ante la realidad de lo que ha estado viendo, en general, no ha colmado sus expectativas. Sin lugar a dudas, ha habido cambios en la producción y nombres como el de Claudia Llosa (La teta asustada) parecen modificar las percepciones de los fieles espectadores de un cine nacional – vaya frase esta – que va perdiendo su apoyo incondicional gracias a las propuestas de los realizadores.
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