El primer pensamiento de la maňana

Publicado el 01 mayo 2016 por Aidadelpozo

Me encontré mirando un espejo distorsionado de la realidad pues pensé que la imagen que me devolvía no era la mía. "¿Yo, sonriente?" Toqué el espejo. Estaba perfecto. "Entonces...", me dije, "...soy yo la que tiene una imagen distorsionada de mí misma. Sonrío, estoy contenta, eso es un hecho evidente." Así que analicé aquella evidencia al regresar a la cama.
Allí estaba él, plácidamente dormido. Entre el silencio de un día que despuntaba, solo se oía su respiración y la mía, como si todo lo que había fuera de aquel cuarto, hubiera dejado de existir. Aquella noche nos habíamos acariciado porque lo habíamos deseado, sin plantearnos qué pasaría al día siguiente ni nada por el estilo. Preguntas, preguntas y preguntas martilleando en la cabeza, rompen la magia de los sublimes momentos. Así que no hubo preguntas, solo ríos que fluyen. Lo que quedaba por conocernos eran los cuerpos porque nuestra esencia, nuestra alma, la sabíamos a la perfección. Así pues, aquella noche, no fue necesario nada más que caricias en el rostro y sonrisas. Compartidos miles de momentos, la piel no importaba en realidad. Compartidas las almas, las carcasas son algo secundario, un mero envoltorio con el que dar otro paso si así lo decidíamos un día. No fue esa noche pues en esa ocasión solo charlamos y reimos mucho. Carcajadas. Y al caer rendidos al sueňo, nos regalamos caricias en el rostro y una última sonrisa. Debo decir que fue maravilloso.
Recordé la conversación, como si la estuviera viviendo en ese momento; volví a mirarle en la penumbra y sonreí. Por si se me olvidaba, aunque intuía que eso no iba a suceder, regresé al baňo y de nuevo me miré en el espejo. Era yo. Feliz. Llena. Viva.
Regresé a la cama, le envolví en un abrazo y él se movió ligeramente. Dormía tranquilo. Parecía feliz como lo estaba yo. Recordé que había dormido más de siete horas sin pastilla. Volví a sonreír y, de nuevo, me quedé dormida.
Cuando me desperté le encontré contemplándome sonriente y portando una bandeja con un contundente desayuno. No había una rosa en la bandeja como suele verse en las películas, pero es que no debía haberla. Él, que conocía todo de mí, sabía que no me gustaban las flores cortadas. En su lugar había puesto un pequeňo bloc con unas letras: su primer pensamiento de la maňana. Lo leí, sonreí, le abracé y de mis labios salió la palabra "gracias."