—Por eso no te preocupes, Pasoancho —que es como me llamaba—. Los nacionalistas van a por nosotros porque dicen que somos socialistas, y los socialistas no nos pueden ni ver porque aseguran que servimos al nacionalismo. O sea, que lo estamos haciendo bien.
En esos primeros años 80, Iñaki me estaba dando como quien no quiere la cosa una lección de periodismo que probablemente él absorbió de maestros anteriores, de cuando no había servilismo político sino servidores sociales, de cuando no se banalizaba ni estigmatizaba a nadie por sus creencias personales sino que se juzgaba su honestidad, coherencia y capacidad por entender el bien común. Información pura y dura, pese a quien pese. Vamos, periodismo sin interés, sin otro enemigo que temer que no fuera... el interés del lector.
Antonio Fontán hoy se ha ido a descansar en paz porque se lo merece, porque no se ha dado un minuto de respiro en vida. Ni una fisura en sus creencias, ni un paso atrás en su convicción periodística, ni un titubeo político, ni un alto en su ansiedad intelectual.
No llegué a tratarle todo lo que me hubiera gustado, pero sí lo suficiente para decirle que le admiraba y que soy plenamente consciente de que aquella absurda primera piedra que puso en el Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra fue pero que muy culpable de lo que hoy soy, porque desde esos años supe que el periodismo era lo que hoy, cincuenta años después y gracias a personas imprescindibles como él, sigo defendiendo.
Le saludé por última vez en abril pasado, cuando presentamos en Madrid el libro del 50 aniversario de la Facultad de Comunicación que él puso en pie. Le pregunté si estaba contento y me dijo que sí. Como siempre.
Y ahora me quedo con las ganas de darle las gracias por tantas cosas que a lo mejor él ni sabe. Bueno, seguro que sí.