Todo comenzó la mañana en que se fue la luz. Mi casa era bastante luminosa durante el día y no tenía ninguna luz encendida, así que no noté nada hasta que mi portátil, donde trabajaba en la última columna para el periódico, comenzó a funcionar en modo autónomo. Comprobé las luces de mi despacho y del salón, también comprobé el automático general por si hubieran saltado los plomos. Nada. La luz se había ido y, conforme pasaba el tiempo, daba la sensación de que no tenía ningún plan de volver.
Al rato, comenzaron a oírse sirenas a lo lejos.
Mañana por fin seré libre.
Hoy, toca dar el último empujón.