La toma de decisiones es uno de los grandes retos a los que nos enfrentamos en determinados momentos de la vida. Tomar decisiones no es sólo el acto de decidir, tomar decisiones es un proceso complejo cuyo fin es la elección de un curso de acción determinado. De hecho, cuando tomamos decisiones pasamos por varias fases: primero debemos definir la situación de conflicto de forma clara y concreta para poder abordarlo, en segundo lugar planteamos alternativas posibles, en este momento tiramos de todas nuestras herramientas personales, desde la lógica, el sentido común hasta la creatividad y la imaginación, en esta fase es cuando abrimos varios caminos a partir de los cuales valoramos las consecuencias hipotéticas que de forma subjetiva asociamos con cada resultado que podríamos obtener. Y llega entonces el momento de elegir uno de los caminos propuestos, es decir, de decidir una opción frente a todas las demás con todo lo que ello supone y, a partir de ahí valoraremos la opción elegida en función de los resultados obtenidos y sólo en ese momento podremos considerar si tomé el camino adecuado.
¿Por qué nos cuesta tanto decidir?
Descubrir en cada caso los motivos que nos bloquean a la hora de decidir nos llevaría muchos artículos pero sí podemos dar algunas pistas sobre los procesos psicológicos que nos impiden elegir y que nos paralizan, nos hacen entrar en una especie de bucle donde es imposible avanzar porque nos lleva una y otra vez a las mismas conclusiones. Los más frecuentes y de los que menos conciencia tenemos serían:
- La pérdida de contacto con nuestras emociones: en síntesis, en la medida en que desconocemos o no tomamos en serio nuestros sentimientos, cuando no sabemos expresar nuestros gustos y anhelos, cuando decimos una cosa pero pensamos otra, saboteamos nuestro proceso de toma de decisiones porque, aunque muchas veces es racional, no cabe duda de que el afecto ejerce un rol fundamental.
- La tendencia a evitar conflictos. El refrán “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” ilustra este obstáculo psicológico. Las personas que lo sufren consideran que las opciones, al ofrecer una posibilidad de cambio, constituyen una amenaza a la comodidad de lo que resulta familiar.
“Elegir implica riesgos, cambios, por supuesto, el problema está en definir los cambios con connotaciones negativas, desde el miedo. Es probable que cualquier intento de elección conlleve una carga enorme de ansiedad pero, en cuanto se comienza a adoptar decisiones por pequeñas que sean, la persona se da cuenta de que las terribles consecuencias que imaginaba no han ocurrido. Luego, cuando empieza a participar más activamente en su vida -y no como mero espectador- las elecciones se hacen más fáciles de realizar”.
- La carencia de una escala de valores: el desconocimiento de las cosas que son importantes o no, cómo utilizamos nuestro tiempo y energía, cuál es nuestro estilo de vida y con qué clase de personas podemos vivir y trabajar. No conocer nuestros valores es como si no los tuviéramos. Al evitar la elección se fortalece la carencia de valores con lo cual las elecciones se hacen cada vez más difíciles, creándose así un círculo vicioso. Por el contrario, cada vez que tomamos una decisión ordenamos los asuntos de nuestra vida de acuerdo con una determinada escala de valores o prioridades.
Nuestra forma de ser determina nuestra forma de elegir en la vida…
- La falta de confianza en uno mismo: la persona está convencida de que ninguna opción que elija será buena y se queda instalada en la segunda fase, contemplando, no eligiendo.
- La necesidad de agradar obsesivamente a los demás: renunciamos a tomar decisiones por evitar el rechazo y por no llamar la atención, es decir, anulamos nuestra identidad por los demás; Tener una necesidad obsesiva de agradar a los demás afecta enormemente la elección, no se satisfacen los propios gustos; en caso de que una decisión acertada desagrade a otros la persona la desecha o se abstiene de elegir.
- El perfeccionismo y afán de controlarlo todo: se parte de la creencia de que hay decisiones perfectas, lo cual conduce a inhibir toda decisión sino se tiene la certeza de que los resultados serán también perfectos, este mecanismo conduce a la inacción.
- La tendencia a vivir de ilusiones: son los que esperan que una solución mágica aparezca y supere con creces todas las alternativas posibles, solución que nunca aparece, claro está; las ilusiones obligan a vivir en un mundo imaginario y no tienen nada que ver con las ideas creativas que se podrían llevar a la práctica tomando decisiones acertadas.
“Piensa con el corazón, decide con la cabeza”
Al tomar decisiones trazamos el hilo conductor de nuestras vidas. Basarnos exclusivamente en los resultados puede ser un gran error, el proceso es la clave, los motivos y motivaciones el motor y las carencias nuestro mayor freno. Conecta con la emoción que te genera cada una de las alternativas creadas, después…piensa.
Y tú, ¿Has decidido ya? www.psicopericial.com