El Programa Erasmus cumple sus bodas de plata.

No existía la globalización, ni una moneda común, ni se convalidaban las carreras universitarias, ni tantas cosas que ahora nos son cotidianas, normales y lógicas.
En la primera promoción de 1987 se fueron 240 universitarios, en el 2011 se fueron más de 30.000, todo un logro que ahora, como muchas otras cosas, corre peligro con los recortes de este año (40%).
Los jóvenes que no superan los treinta años, lo han vivido como algo normal, como una experiencia fantástica que les reporta a su vida como personas, no solo como estudiantes, un plus muy especial.
Hace veinticinco años los padres deseaban que sus hijos tuvieran todas aquellas oportunidades que ellos no habían tenido. Conocer otros países, otras culturas, otra forma de vivir, de aprender y de relacionarse. No se pensaba en la lejanía, en el tiempo que estarían lejos, sino en lo que esta oportunidad iba a representar en sus vidas.
Decir hoy «Programa Erasmus» es algo normal, pero pocos podían imaginar hace un cuarto de siglo que aquel proyecto promovido y apadrinado por Manuel Marín (entonces Comisario europeo de Educación de la Comisión Delors) y apoyado por los presidentes Françoise Mitterrand y Felipe González en 1.987, iba a marcar toda una trayectoria novedosa en el ámbito universitario.
Menos mal que algunos proyectos e ideas no solo se han realizado, sino que se han mantenido en el tiempo hasta formar parte del día a día, sin cuestionarse su continuidad, al menos eso esperamos.