El verde era absoluto, las tierras vírgenes y, por ende, la hermosura, pura.
Aquel extraño día llegó el primer explorador en su caballo. Quedó enamorado ante semejante paraíso y, en otra egocéntrica lucha por esquivarle al olvido de la muerte, bautizó aquellos pagos con su nombre y apellido. La voz de sus epopeyas resonó en tierras lejanas. Los pastizales se vieron atravesados por un pequeño sendero, producto de las idas y vueltas de los primeros colonos.
Y marcharon los hombres, y galoparon los caballos montados por aldeanos. Seguían muriendo algunas flores y el camino se ensanchaba. Con los años hubo algunos caminos mas, y algunos arboles menos.
Entonces arribaron las fabricas, y con ellas mas rutas para patrones y trabajadores, y mas trabajo para el hombre. Y para la naturaleza. La modernidad llegó veloz en autos y camiones, y ahora el genocidio de tréboles ya no estaba a cargo de pies y herraduras, sino de ruedas.
¿Podés oír el trinar de las aves? porque yo ya no. Caminos anchos de tierra y polvareda árida se impusieron en donde antes rebozaba vida. Cicatrices kilométricas. El ir y venir de nuestros tiempos se devoró lo profundo del verde original. Y ahora estamos llenos de caminos, pero ¿a donde van?