Para un ser pensante, que avanza y respira dentro del propio mundo que considera su realidad, nada es más crudo y difícil. Las alegrías son pocas, y si existen, cuentan con un corto período de tiempo. El trabajo, la lucha, el honor, y el amor a la esposa y al hijo. Todos términos de una vertiente presente en lo que llamamos fantasía, pero también cabe dentro de nuestra realidad.
Existe, en la actualidad, una especie de necesidad por los críticos en desglosar la fantasía sin tapujos, y los pelos en la lengua no desfilan en la crítica del lector silvestre. Hoy más que nunca se teme que la moda pase a ser casi el convencimiento de grandes masas, y todo Best seller es para el moderno un buen libro, pues ésta categoría grita números pero no dedicación.
Y tocando el modernismo, poco y nada la fantasía antigua ni actual ha tenido ningún punto en común. Pero se puede estar quieto y tener presente de que tiene un trono del cual es dueño en la literatura, con seguridad.
Existen ciertos tópicos que son necesarios en cada uno de los textos, casi como pilares de riendas de oro, sagrados, y es por ello que algunos lectores prefieren otro tipo de lectura. Es dentro de aquellas bases donde se deben improvisar nuevos estajos, pero lo más importante es que quien comprenda que la fantasía es el espejo redoblado de nuestra propia mierda, es el que saldrá victorioso.
Es bajo éste punto que debemos enfocarnos. Se llega a un punto dentro del avanzar mismo de las páginas, en que ya dejamos de considerar que estamos en la presencia de distintas razas de personas que interactúan. Son más bien todos vecinos convencionales que se adaptan para concluir uno o varios propósitos. La tristeza y la agonía siguen siendo tan contagiosas como la propia peste.
La fantasía debiese ser siempre escrita bajo el ahogado grito de un desesperado. Pues cuando se canse y pierda esperanza, podrá contar, quizá, a sus propios personajes que los orcos siempre fuimos los de éste lado de la realidad.
Rodrigo Yáñez G.