Revista Diario

El próximo sábado.

Publicado el 20 marzo 2013 por Moradadelbuho @moradadelbuho

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Ivy y Nico en el coche

Lesbicanarias

Después de pasar los últimos meses con una persona que "no me quería querer" y otros tantos pendiente de que llegara a hacerlo, mi vida pasó a transformarse en un ir y venir de mujeres, trabajo y amigos. No sabía lo que quería, pero si lo que no quería. No quería pensar en ella otra vez, no quería verla, bueno, si quería pero no debía hacerlo.

Mi ordenada vida se estaba convirtiendo a pasos agigantados en un caos total. Trabajar de día en la oficina, por la tarde arreglar los asuntos del negocio del verano y por la noche salir. Empecé a trabajar los sábados por la noche en el bar de una amiga, no por el dinero, si no para no pensar en ella y para conocer gente.

No entiendo como una sola persona puede cambiar así el mundo que te rodea, y tu permitirlo. Todo eso que se dice sobre que cada uno debe tener su espacio, de que no debemos dejar que nos pasen por encima… y vamos nosotros y la cagamos así, a la primera de cambio. Nos hacen daño y no sabemos o no queremos evitarlo. Y nos dejamos, como si no nos importara o no nos afectara en lo más mínimo. Piedras, piedras y más piedras, y nosotros erre que erre en tropezar contra ellas una y otra vez, con los pies destrozados, sin zapatos, y dando puntapiés sin cesar. En el fondo somos todos bastante masoquistas, hemos de reconocerlo.

Mientras trabajaba en el bar, conocí a mujer personas alegres, de ese tipo de gente a la que le gusta pasarlo bien. De esos que no te cuentan penurias y te hacen reír. Disfrutaba mucho de esas noches porque podía permitirme el lujo de no pensar en nada, simplemente observar y disfrutar, eso si, con mucho trabajo. En una de esas noches, charlando con esa gente, vi a una chica muy mona que no dejaba de mirarme. Era un tonteo en toda regla, uno de esos tonteos sanos y agradecidos. Miradas, guiños, sonrisas… todo un lenguaje de signos, vaya.

Una parte de la barra quedó libre y puse dos chupitos sobre la barra. Creé uno especial para nosotras. Se acercó y lo agarró. Brindamos por nosotras sin decir palabra y de un trago nos lo bebimos mirándonos a los ojos. Se subió un poco a la barra acercándose y yo hice lo propio. Me besó de forma lenta, haciendo que la clientela y la jefa nos mirasen anonadados y seguidamente nos animaran a continuar. Pero todo quedó ahí, al menos por ese momento. "¿A que hora sales?". "En un par de horas". Fueron las únicas palabras que llegamos a cruzar en todo el rato y luego se fue.

La noche siguió entre bromas y risas. Las dos horas pasaron en cinco minutos y cuando nos dimos cuenta ya estábamos con la escoba en la mano para dar fin a la jornada laboral, felices por la buena noche que habíamos tenido.

Mi sorpresa fue considerable cuando levanté la vista y en frente de la puerta del bar, apoyada en una pared, vi a la chica del bar. Me estaba esperando con una bonita sonrisa, la misma con la que yo le correspondí. "Pasaba por aquí y decidí esperarte para invitarte a una copa. Por cierto, mi nombre es Laura, tu nombre ya lo se". Me despedí de mi jefa y tomadas de la mano, dejé que me guiara a donde ella quisiera.

Fuimos siguiendo las tortuosas calles de la zona vieja sin apenas decirnos nada. "Aquí está mi coche". La tomé de la cintura y la besé. Temía muchas ganas. La calle estaba desierta y eran las 5h30. No se si fueron las prisas, las ganas o que nos atraíamos, pero no nos dio tiempo a subirnos al coche, y allí mismo, de pie, nos empezamos a desabrochar la ropa. No era un polvo exprés ni "aquí te pillo, aquí te mato", si no el morbo que supone hacerlo en plena calle, conscientes de que cualquiera nos podía ver. Por otro lado el morbo que proporciona hacerlo con una persona con la que apenas has hablado, pero que sabes que de ahí puede salir, al menos, una amistad.

Su falda me facilitó bastante el trabajo y su camisa también. Sin mencionar el hecho de que no llevaba sujetador. Tenía unos pechos preciosos, aunque, amparadas por la nocturnidad, se intuía más que se veía. Mi camiseta se transformó en bufanda y mi pantalón desabrochado se mantenía en su sitio como por arte de magia.

Manos, rodillas, gemidos, suspiros. Caricias, sonrisas, besos y más besos. El sudor y la humedad en nuestros cuerpos nos decían que era verano en pleno mes de abril. Nunca me había sentido tan compenetrada con alguien como en ese momento. "¿Todavía quieres esa copa?". Y sin dejar de mirarme, abrió la puerta trasera del coche, se tumbó y sin pausa me dirigí golosa a beber el licor que se me ofrecía directamente de la fuente. Sentía sus manos acariciando mi cabeza, animándome a dejarlo todo limpio. Y sentía en mi lengua lo que se producía a su paso.

Su respiración se volvía cada vez más agitada y me pidió que me diera la vuelta. Nunca creí que una situación tan excitante pudiese causar tanta risa, y lanzó un consejo, hacer un 69 en un coche no es nada fácil.

Toda risa se esfumó cuando noté su lengua peleando con mi clítoris. Me vi obligada a separar mi boca para lanzar un gemido que llenó el vehículo por un momento. Ni ella ni yo podíamos parar de regalarnos el placer que allí se vivía. Las lenguas, los dedos, los gemidos y suspiros. El morbo, la excitación y el miedo a ser descubiertas hicieron que, primero yo y después ella, estalláramos en un increíble y majestuoso clímax que nos dejó exhaustas y felices.

Entre sonrisas y miradas cómplices fuimos colocando cada prenda en su lugar. Mi bufanda tomó forma de camiseta y su cinturón volvió a ser una falda. Nos dimos caricias de cariño y besos tiernos. "Tú me invitaste a una copa, yo te invito a desayunar". Había pasado una hora y media y, si nos descuidábamos nos iba a sorprender Lorenzo "en bragas".

Después de un chocolate y unos churros, una buena conversación, unas risas, unas miradas cómplices y unos cuantos comentarios a nuestro alrededor de algunos viejos recién levantados, me llevó a mi casa. No la invité a subir y nos despedimos en el coche. "El próximo sábado te haré otra visita". "El próximo sábado te espero con otro chupito".

Cuando cerré la puerta de mi casa me sentía realmente bien, estaba contenta. Parecía que las cosas se empezaban a aclarar en mi cabeza loca. Pero cuando cogí el teléfono y vi su mensaje una descarga atravesó mi anatomía…

Supongo que el tiempo todo lo cura, y hay que darle tiempo al tiempo. Mientras tanto, mientras se espera, podemos ir creando un mundo alternativo, donde no todo tiene porque ser como se espera…

Celso Bergantiño (@moradadelbuho)


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