Puente Colgante Valladolid
En el principio de sus recuerdos era el único paso entre su ciudad y el mundo salvaje. Allí iba muy a menudo para que su primer perro, viejo amigo, recordarse su origen, aquel de donde había venido.
Era una pasarela y poca gente sabía que su apellido era Colgante. Sus aceras estrechas eran un gran problema si tenías la mala suerte de cruzarte con alguien por el mismo lado. El suelo, de tablones de madera testigos del tiempo largo, dejaba entrever los brillos del agua del rio, también testigos de un tiempo largo. Y los barrotes mínimos de su barandilla protectora te invitaban a no tocarlos, sólo por si acaso.
Aquella tarde oscura, como la de cualquier invierno, la niña, zapatitos de charol calzaba, con lacitos de terciopelo y todos los "-itos" que quizás de moda estaban.
El camino de ida solía ser muy bueno. Uno delante, el otro detrás. Tenían el ritmo coordinado, y sus seis apoyos acompasados. No había obstáculos insalvables ni estorbos incontrolados. Al final del puente encontraban la calma de una selva cosmopolita donde su viejo amigo por fin se desahogaba.
El camino de vuelta, al contrario, solía ser muy malo. Uno detrás, el otro delante. El ritmo a tirones obligados, sin compás, con obstáculos. Cuando a lo lejos se veía aumentar el tamaño de las luces de un coche entre la niebla, el puente temblaba bajo los pies y las maderas crujían quejándose bien. Entonces había que ser valiente. Valiente pero no inconsciente, como se suele decir. Para un perro, aquel terremoto de vibraciones, producía terror, pavor, inconsciencia y locura. Tanto miedo pasó que se desbocó como un salvaje directo a las dos luces.
Los zapatitos de charol resbalaban, la niña no podía contener tanta fuerza descontrolada. Dicen que los valientes que son conscientes saben dónde está el peligro, así que metió su pie entre los barrotes del Colgante para que aquel exceso de energía no la arrastrara también a ella hacia las luches. Consiguió frenarlo, no hay duda, con mucho dolor, y perdiendo uno de sus pequeños y nuevos zapatos.
Aunque todo ha cambiado, si pasas por allí, podrías mirar a los lados, eran de charol, con lacito negro y todos los demás "-itos".