“Españoles e italianos, primos hermanos”, es un dicho de lo más incorrecto. A los parecidos físicos y lingüísticos no le acompaña una competitividad a prueba de bombas, quién sabe si heredera de los tiempos del Imperio Romano. En cualquier deporte, y ahora también en los restaurantes, los habitantes de "la bota balompédica" nos ganan en ingenio, quedándose siempre un mayor porcentaje de beneficio, aún siendo rancios con la materia prima.
Por favor, no coman más pizza. Ese plato tan vanagloriado por los esbirros de “Berlusco” aune las mayores glorias del país italiano: la "rentabilidad" de la harina, unida a la "ingeniosa" combinación de unos pocos ingredientes. Tortillas, croquetas, empanadas o demás tapas variadas poco tienen que hacer con tamaño margen comercial, so pena de ser los españoles, por lo general, fácil presa para la italiana “sopa boba”. ¡Gracias a Dios! Cual alabando los escritos de Cicerón (y sus odas al trabajo manual, al cultivo de la tierra y las materias primas), aún existen lugares de nuestra geografía propensos a dar buenos guisos patrios. Como si de aquel programa de documentales se tratara, a veces existen verdaderos “paraísos cercanos” para los más exigentes gurmets, no demasiado lejos de casa, y cerca de los italianos...
“El pulpero de Lugo” roza lo sacrílego. Situado en la calle Joan Maragall de Sant Adrià del Besós (poesía pura a la gastronomía), es el lugar idóneo al cual pudiera llevarse a Cicerón, de resucitar y querer comprobar “in situ” sus sabias tesis. ¡Déjense de pizzas, pepperonis, calzones y demás intrusismos napolitanos! Cuales héroes en un mundo donde la comida tradicional no se precia, los dueños del local cumplen con creces la labor de anfitriones, aunando buen hacer a simpatía. Su pulpo es proverbial, con secreto (jamás revelable), son capaces de cocinar al molusco de tal forma que, lo que en otros lugares parece plástico, aquí acontece gloria.
Puestos a alabar, diré, con serios tintes realistas, que en ese lugar son propensos a romper mitos. A la leyenda de que “lo bueno” de España se va fuera, ellos anteponen los productos frescos que traen desde la misma Galicia. Carnes de los valles de O Caurel, navajas de Finisterre, todo ello bañado en caldo legendario, hacedor de inolvidables veladas entre amigos. El “turbio”, dulce y con esa propiedad de “pasar por agua, para subir como el wisky” bien pudiera tomar el puesto del sobrevalorado “Lambrusco”, a la vez que su pan, típico gallego, nada tiene que ver con cualquier masa de pizza, como si la mafiosa harina no entendiera la lengua de Cela o Pardo Bazán.
¡Vayan con amigos, con la novia/o, la amante o los suegros (de llevarlos la “primera vez”, los tendrán rendidos cual los de Breda)! ¡Hora era de que aparecieran lugares, bastiones, donde la harina no se haga oro, y en los que pagando “poco” uno, a base de comer, pueda, bien bien, volverse, gastronómicamente, loco de satisfacción!
Mis saludos a los miembros del “pulpero”, con ánimo de no hacerles publicidad gratuita, y sí, alabanza por su trabajo. ;-)