A mí no me gustan algunas cosas de mí: ser displicente con mi cuidado personal, postergar lo que quiero hacer, dejar que el miedo me haga evadir el camino hacia mis metas. Pero soy comprensiva conmigo, me tengo paciencia y aprecio los pasitos que doy para ser "más" como quiero ser. En lo que soy poco tolerante, es en "hacerme tonta". No me fustigo por eso nada más porque no me fustigo por nada; pero no lo permito.
He creído que pocas veces me "hago tonta". Suelo estar muy consciente de los qué, por qué, y para qué, aunque a veces sea prudente no hacérselos saber a nadie más que a mí misma. Pero a veces, ocurre; cuando pasa, según yo, salgo inmediatamente de la nube de tontería artificial. Porque el "hacerse tonto" no es lo mismo que ser tonto. Yo con la tontería en sí misma no tengo más problema que con otras debilidades o fallos: es la tontería "a modo" la que no soporto en mí. Supongo que tengo un llamado interior a la responsabilidad. (Se piensa que la responsabilidad siempre te lleva a hacer lo correcto, pero no necesariamente: se trata de responder por lo que haces o dejas de hacer, correcto o incorrecto.)
El caso es que he ido por la vida, dándome gusto y actuando según mi criterio, lo cual, a veces ha traído consecuencias que no eran las más deseables. Y he creído -como vengo diciendo en toda la entrada- que no "me hago tonta", porque efectivamente no me hago tonta en estas cosas trascendentales de la identidad, los afectos, las motivaciones del comportamiento. Pero: "dime de qué presumes y te diré de qué careces".
El mes pasado, no llegó el recibo del agua. En realidad, se convierte en recibo hasta que lo has pagado; antes, es un aviso de cuánto se debe y cuándo hay que pagarlo. El caso es que no llegó, o se voló, o desapareció, y "por lo tanto": no lo pagamos. Como si no lo debiéramos. Como si el papelito fuera lo importante. Como si no supiéramos que mes tras mes, hay que pagar el agua.
No es grave. Es más difícil pagar dos meses que un solo mes, pero tan-tan. Lo que me quedo pensando, es en la capacidad para entrar en una nube rosa donde no hay que hacernos cargo de lo que hay que hacernos cargo. Porque no estamos hablando de estar en contra del modo en que se cobra el agua, o del hecho en sí mismo de pagar por el agua: eso sería otra historia. Estamos hablando de hacernos tontos. ¿Y de qué sirve que no me haga tonta en lo profundo e importante, si me hago tonta en lo superficial, que es de lo que está lleno lo cotidiano?
Pensándolo, empecé a ver cómo, retorcidamente, me "hago tonta" con lo que acaba siendo displicencia, postergar, y evadir. Y aunque no voy a empezar a fustigarme, creo que es momento de que la comprensión sea menos pasalona.
Silvia Parque