Revista Diario

El reencuentro

Publicado el 04 julio 2011 por Maricari

Estaba nerviosa y algo afligida, casi no había cenado y tuvo una mala noche de almohadas estrujadas intentando conciliar el sueño, pero en ese momento sabía que quería estar allí esperando, sentía mucha pena y ansiedad, llevaba un tiempo muy sola y esa mañana de primavera pretendía recuperar su compañía, se sentía con fuerzas.
Miraba el  techo de cristal enjaretado entre arcos con nervios acerados azul époque, y de vez en cuando brotaban de él unas farolas horribles, que lanzaban una luz verdosa y anodina, lo justo para revolverla su estómago vacío.El reencuentroSabía dónde buscar con la vista el gran reloj de aquél lugar que, estaba delimitando las 12 menos cinco minutos del mediodía. En su cara apareció un rictus porque su mente se escandalizó del hecho de que aún estuviesen encendidas mientras el sol entraba radiante por el costado oriental del vidriado. Gasto inútil, como tantos, pensó.
Se acercó a un mostrador y pidió un café con leche (sabía que le darían un café pésimo porque se veía muy joven al camarero, como si solo supiera servir refrescos) y mientras esperaba que se lo sirvieran, cogió del cesto del sírvase usted mismo tres azucarillos, un palo de canela y una varita de plástico, todo asépticamente enfundado en papel, otro derroche que paga la madre naturaleza, pensó, y se negó, en injusto castigo, una porción de un conocido pastel que en otros tiempos habría devorado alegremente.Pagó en libras y recorrió con la vista todas las mesas del viejo mercado. convertido hace años, en zona de anodina y cutre cafetería, y volvió a lamentarse mentalmente, estaba claro que había pasado muy mala noche. 
Decidió ser positiva, y su mente comenzó a llenar todo el edificio de plantas verdes y olorosas, pero tuvo que detener la floración porque una idea cruzó rauda su mente, no estaba segura, no, no lo estaba a pesar de que la hora se echaba encima y ella estaba allí, a pesar de que ella se había tragado el anzuelo, a pesar de muchos pesares, no estaba nada segura de que no hubiese algún contratiempo de última hora por la otra parte. Y como no quiso dar la impresión de nerviosismo, hizo un mayor trabajo mental tranquilizador recordando que tenía el móvil perfectamente operativo en su bolsillo derecho, ya que hacía menos de diez minutos de su última comprobación y que le habría llamado si él no pensaba asistir, se lo había hecho muchas otras veces. 
Temblorosa, recogió el ticket con su cambio del platillo blanco desconchado y lo guardó en su bolsillo, después tomó el café y demás cosillas conquistadas y se encaminó hacia el velador más esquinado que vio vacío, desde allí podría atender perfectamente el ajetreo del sube y baja por las escaleras.
Había quedado allí a petición propia, como la última cena de un condenado a muerte, y es que así se sentía, insegura por la siguiente hora, minuto y segundo, sola y desamparada, y todo porque quería poner a la otra parte las cosas más fáciles. Tenía tantos recuerdos de este lugar, que sabía que ambos se sentían como en casa, desde el inicio de la relación, siempre había sido el café preferido de él y ella, por aquellos entonces, se acomodó a su todo él maravilloso.  Rasgó el borde corto de dos sobres y los vació dentro del vaso, removiendo con el palitroque en sentido contrario a lo que dictan las normas de buenas costumbres. Siempre fue un poco rebelde y lo demostraba en pequeñas acciones como aquella. Probó y decidió no despilfarrar más, guardándose el otro sobrecillo para casa junto con el pequeño palo de canela que nunca gastaba porque lo quería para aromatizar su baño. Ésta y otras costumbres las adquirió en su dura época de estudiante y ya se encontraba como parte de su identitario, su identidad, su forma de ser que él le había revelado como algo insufrible, algo molesto, algo digno de ser dejado por él. Dio otro sorbo al café, pero no pudo casi tragarlo.
Volvió a mirar el reloj,  le pareció aún de mayor tamaño desde aquella silla incómoda de madera, habían pasado apenas cinco minutos, clamó al cielo con los ojos y las farolas seguían encendidas, pero notó de  soslayo descender las escaleras una figura familiar y como en un acto reflejo se angustió y en ese justo momento sus mejillas también se encendieron, un acto igual de inútil pensó, y sonrió al unísono de enderezar el cuerpo. Era él pegado a una gran bolsa en su costado derecho.
Él vio cómo ella sonreía igual que siempre, incapaz de guardar rencor o demostrarlo, pero en pago por el recibimiento, ni siquiera le dio la mano, sentía que la odiaba o quizás, podía ser lástima. Puso la gran bolsa sobre el suelo  y sacó de ella un caniche blanco con pelo muy rizado y brillante. El caniche estaba tiritando, quizás de miedo, con los ojos escrutadores lanzando sus pupilas ahora a izquierda, ahora a derecha, ahora abajo y ahora… la vio a ella, la olió, la deseó, porque ya no tiritaba sino que daba empellones hacia adelante intentando escapar de las frías manos hacía las manos nerviosas de prestidigitadora que la esperaban. Movía su cola, todo su ser y gemía de pura necesidad de dejarse tocar por su dueña, de reencontrarse con ese calor acostumbrado a mimarla.El reencuentro
Ella acogió contra su pecho a aquél ser enloquecido, apenas un par de kilos livianos y amorosos con un collar con el nombre de Jana. Eres mi perrita de la discordia, pensó. Porque por ella comenzaron los celos de él, y por eso la uso como moneda de cambio y de tortura, y ahora, dos meses después, era la que había provocado el encuentro sin reencuentro con él que clamaba a su fin, se lo decían los ojos de él que lanzaban un adiós seco. Sin mediar palabra, el que en otro tiempo fuera su aliento, había recogido la gran bolsa del suelo y ya subía raudo las escaleras, trotando los peldaños de dos en dos.  Lo vio llegar al final de la escalera donde le esperaba otra criatura anodina que, seguramente, mantenía en su mano la correa invisible de un collar para humanos domesticados.
No le importó tener recambio tan pronto, a pesar de que al momento sus ojos estaban llenos de lágrimas, en su mente no había rastro de los rayos y centellas que aquel invierno la habían acompañado, porque era este amoroso reencuentro lo que festejaba su llanto. Y Jana agradecía con lametones efusivos y templados a la cara de su dueña que bajaban lo encendido, la temperatura, la vergüenza, borrando la sal de su soledad.
Ella se dispuso a abandonar el café ya frío y mantuvo en sus brazos a Jana, mientras subía de uno en uno los peldaños prometiéndose, con su vista puesta siempre al frente, que no volvería a aquel lugar hasta que no creciera una brizna de hierba dentro de ese horrible rectángulo mercantil, que tan ligado estaba a su no vida ya muy pasada.
P.D.: "Este relato nació para el concurso de mi querida Eleanor Atwood que versaba sobre El Reencuentro, gracias a ella me esforcé en realizar esta pieza aquí un pelín modificada. Gracias mi Eleanor!!".
2ª P.D.:"¡Cambiamos o creemos cambiar conforme nos va golpeando la vida! ¡Hay coscorrones maravillosos!"


{¡B U E N A_____S U E R T E!}


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Sobre el autor


Maricari 381 veces
compartido
ver su blog

El autor no ha compartido todavía su cuenta El autor no ha compartido todavía su cuenta

Revistas