En aquel campo, al que se atrevieron a poner puertas, llegó confiando en la espesura de las mantas y la indiferencia del nylon.
Lejanas explosiones, suaves como descorches de champán, le animaban a cerrar los ojos. Una triste nana para los obligados a sobrevivir solos.
Al contrario que sus vecinos, su tremendísimo temor era el premonitorio silencio, la trájica calma de la rotunda noche.
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