Si le preguntáramos a alguien por la capital de Estonia podemos obtener cuatro opciones de respuesta:
1. que nos dé la respuesta correcta,
2. que la respuesta sea equivocada,
3. que nos pida un poco de tiempo para responder o
4. que nos diga que no tiene ni idea.
Si deseamos conocer alguna explicación del porqué de su respuesta, en la primera opción nos dirá que ha respondido correctamente porque en alguna ocasión conoció esa información y se le quedó grabada en su memoria y ahora la ha recuperado para responder.
En la segunda opción si le decimos que la respuesta no es correcta se justificará probablemente diciendo que pudo captar mal la información en su momento o que al buscarla en su memoria ha encontrado el nombre de otra ciudad y se ha equivocado.
En el tercer caso, la persona sabe que la información está en su memoria y nos pide tiempo para buscar la respuesta correcta y no equivocarse, en este caso podemos apreciar sin dificultad que está buscando de forma exhaustiva en su memoria a tenor de su lenguaje verbal y no verbal (gestos faciales, exclamaciones (¡espera¡ ¡ya lo tengo! ¡mmm¡)).
En la cuarta opción podemos comprobar que ni siquiera intenta buscar, nos puede decir que no lo sabe porque no tiene esa información en su memoria (quizás estuvo pero ya no está o realmente nunca tuvo disponible esa información).
Esta concepción de la memoria como almacén hace referencia a una metáfora en que la memoria se asemejara a una tablilla de cera en la que se queda grabada la información (Platón). Dicha tablilla sería un regalo que la Mnemosine (Memoria), la madre de las musas, habría hecho al hombre.
Esta metáfora ha sufrido numerosas transformaciones en función de las distintas posiciones, modelos y supuestos teóricos posteriores.