- Sabes que nunca quiero nada.
- Pero entonces, ¿Qué necesitas?
- No empecemos. Sabes que tampoco necesito nada, que lo que necesite, me lo compro y ya.
- Eres una malcriá y una malagradecida.
- ¡Pero, mi amor! ¿Por qué insistes en torturarte si todos los años es la misma discusión?
- ¡Es que quiero regalarte algo que te guste!
- Me gustan los chocolates, con la cherry y la cremita blanca...
- Noooooo, algo de verdad!
Y por ahí seguimos por días sin fin, hasta que llega el día y compra cualquier cosa y ya. En todos estos años no lo he logrado convencer de lo que es para mí el Día de las Madres.
Cuando era niña, este día era para agradecer a mami por los trabajos y sacrificios que pasaba por cuenta mía. Pero ahora que soy adulta, es para honrar la dedicación y el esmero que puso esa Santa mujer para formarnos en mujeres completas: trabajadoras, honradas, agradecidas y cristianas, entre otro montón de cualidades más.
Lo importante no es el regalo. Lo importante es que dedicaste tiempo y pensamiento en escogerle algo, o en hacerlo con tus propias manos, o en escribirlo. Tiempo que debe corresponder proporcionalmente al tiempo que separas para conversar con ella, contarle tus cosas, pedirle consejo y encomendarte a sus oraciones.
Pero, para mí, el regalo de Madres más maravilloso es ver cómo, a pesar de nuestros tropiezos e intentos fallidos por ser las madres más efectivas de toda de la galaxia ever, nuestros hijos alcanzan a ser mucho mejores de lo hubiéramos imaginado jamás.
Y ahí está. Esa es mi recomendación para que le regalen a sus madres en su día: actuar siempre dentro de los cánones del mejor ser humano que puedan ser, llenen de alegría y orgullo a sus madres, y cuando les pregunten ¿De quién tú eres?... Contesten...de MAMI.