Cuando le das algo a alguien, ese "algo" se convierte en propiedad de la persona que recibió.
Si das un regalo, y se trata de un objeto, el nuevo dueño de la cosa puede disfrutarla (o sufrirla), guardarla, cambiarla, o regalarla a alguien más. Es de esa persona. Ya no es tuya.
Es normal que nos decepcione o nos haga sentir alguna clase de pérdida, que un regalo no tenga el fin que deseamos; pero esa sensación puede acotarse por el convencimiento de que hemos "soltado" el regalo: la reacción ante la cosa, el uso que se le dé, ya no es asunto nuestro, aunque algún afecto esté depositado ahí. En la medida en que podamos retirar rápido el afecto cuando nos conviene, la pasaremos mejor.
He visto que a algunas personas se les complica esto. Pero el ejercicio de dejar ir los regalos que son cosas concretas, es un buen camino para aprender a dejar ir lo que hacemos por alguien más. Mi lección ha estado en preparar la comida...
Yo preparaba platillos que esperaba fueran respetados. Ver que se les ponía sal antes de ser probados o que se les agregaba chile o salsa sin que estuviera previsto, me sabía mal. Pero yo estaba ofreciendo un recurso para la experiencia de la otra persona; la otra persona podía elegir re-configurar la experiencia propuesta.
También me molestaba que el llamado a la mesa no fuera atendido de inmediato. Si dos personas van a comer juntas, sí entiendo que la tardanza sea desagradable; pero si no es el caso, si solo preparaste la comida, el otro puede elegir comerla caliente, tibia, fría o como le plazca. Yo pensaba cosas como "está echando a perder mi trabajo (de cocinar)", pero es que ese trabajo fue un obsequio, el plato es un obsequio.
Pensándolo con la comida, lo encontré en otras situaciones. Cada vez que hacemos algo por otra persona, deberíamos tener claro que la otra persona es totalmente libre para aprovechar o no lo que hayamos hecho, y para aprovecharlo a su manera.
Silvia Parque