Aquella carta de admiración y agradecimiento tan única constaba de dos elementos principales, y de varios meses de trabajo. El primero, un pergamino en blanco, impaciente, dispuesto a transformarse en una hoja más de aquel mediocre intento de escritor para el que había sido creado. A su lado, orgullosa, una pluma en su tintero, descansando, esperando el tacto de los dedos adecuados, como aquella espada que esperó a las manos oportunas para salir de su roca, esperando para hacer historia, para crear historias. Goteaba en esa tinta tanta poesía, tanta magia, tantas obras inacabadas, tantos quebraderos de cabeza, tantos escritos desechados...
El cuadro era una provocación diaria para su dueño, un recordatorio, una palmada cariñosa, una llamada de atención...Y todo él estaba plasmado con la esencia del pintor, con su personalidad, desde el marco hasta la firma. Un hombre que valoraba a un escritor novel, que tenía esperanzas en que continuara su obra, que creía en su amigo.
Me gustaría poder decir que aquel pintor tenía razón al confiar en la perseverancia del joven, pero esa historia aún no está escrita. Aunque, pensándolo bien, teniendo pluma y papel ¿qué más se necesita?
Gracias