Revista Literatura

El Regreso a Alfheim - Parte 5

Publicado el 30 marzo 2012 por Arweneressea @spica_89
Una brisa fría despertó a Nicolás. Él parpadeó varias veces hasta lograr enfocar lo que sus ojos veían: era un cielo dorado en llamas con detalles como joyas púrpuras. Los rayos de luz se filtraban traviesos entre las nubes, era difícil saber con certeza si se trataba de un amanecer o un atardecer, era como si el tiempo girara alrededor. Y el paisaje se movía ante los ojos del muchacho mientras su cuerpo flotaba sobre el suelo.
“Espera...” pensó Nicolás “¿Estoy volando? ¿Es un sueño?”
Y se movió bruscamente, tratando de levantarse, pero cayó en al piso.
- ¡Au! – se quejó. Sintió el pesó del libro caer sobre su pecho y rebotar.
- ¿Estás bien? –inquirió el hada divertida-. No debías moverte así.
- ¿Así cómo? ¿Tu me hiciste volar? –ella flotaba sobre el suelo, tal vez también podía hacer volar otras cosas.
Lilibeth sonrió a modo de disculpa y señaló al frente.
- ¡Mira, ya llegamos!
Nicolás volteó la cabeza para ver que era lo que su acompañante señalaba. A penas unos pasos más allá se extendía algo que parecía un lago de arena de colores, que se mecía en espirales como un remolino. Alrededor habían montañas grises y oscuras y del río que habían venido siguiendo no quedaba nada. A la orilla de la arena, donde los granos se tornaban de todos los colores, había una sombra. Tenía la silueta de un hombre, vestido con una túnica rasgada. Sentado, mecía la arena con la mano derecha.
Nicolás tomó el libro y se levantó. Junto con el hada, se acercó a ver aquella maravilla. Hipnotizado por el movimiento de los colores, no pensó en nada más.
El hombre no dio señales de notar a sus dos visitantes.
- ¡Saludos, poder del tiempo! –dijo Lilibeth con un tono ceremonioso-. Me envía la Señora Ángela con vuestro hermano pidiendo vuestra guía.
- Yo no tengo hermanos –susurró Nicolás, sin reflexionar sobre lo que pasaba. Continuaba fascinado con la arena.
La sombra alzó la cabeza y los miró. Sus ojos eran oscuros, como pozos, como el infinito. Los fijó en Nicolás, y éste se sintió incómodo. Bajó la mirada inmediatamente y esperó a que aquellos faros de oscuridad se fijaran en algo más. Le pareció una eternidad, pero al fin el hombre volvió a mirar la arena.
- Él no es mi hermano, hada –dijo con una voz profunda.
Nicolás respiró aliviado, dio media vuelta y empezó a caminar lejos de ahí.
- No está completo –alcanzó a oir.
- Es lo que la Señora Ángela temía... –susurró Lilibeth.
- La pluma –dijo el poder del tiempo- es la llave.
- ¿La pluma? –dijo otra voz.
Al escucharla Nicolás aceleró el paso, la reconocía, era lo primero que había escuchado en ese mundo en el que estaba atrapado. Les dijo a sus piernas que corrieran lo más rápido que pudieran, pero no se había dado cuenta que sus pies no tocaban el suelo y corría en el aire sin avanzar.
- La pluma de sus alas, la pluma con la que se escriben los nombres –continuó el poder del tiempo.
- ¿Dónde está? –inquirió la voz de Ángela, la observadora.
Nicolás se sintió mareado, la voz salía de aire, del mundo. Quería salir de ahí. Necesitaba salir de ahí.
- ¡Déjenme ir! –gritó, pero ninguno pareció prestarle atención.
Excepto Lilibeth, quien bajó la cabeza apenada por retenerlo.
- Aún si tuvieras tus poderes –dijo la voz dirigida a Nicolás-, no puedo dejarte ir de nuevo. ¿Tienes idea de lo que has causado en el mundo?
- Sólo él sabe donde está –interrumpió el poder del tiempo.
- ¿Yo? –dijo Nicolás- ¡No sé de que hablan! ¡Lo juró!
- Es verdad, Ángela –dijo el hombre- Su tiempo y el tiempo de mi hermano están separados.
- ¡Ven, no soy yo! ¡Déjenme ir!
- ¿Puedes unirlos, Tiempo?
- Tal vez.
- Acompáñalo –ordenó la voz.
Nicolás vio que Lilibeth ponía cara de curiosidad. Pero pronto notó que no era ella a quien se refería la voz.
El Tiempo dejó de mecer la arena y por un momento está se quedó quieta y los colores de sus granos se perdieron. Y ya no era una sombra, sino dos. La segunda se levantó y caminó hacia el centro del lago de arena.
- ¡Noo! –exclamó Nicolás, al notar que su cuerpo flotaba en dirección al lago.
Sus pies tocaron la arena y se hundieron suavemente. La sombra de la orilla acercó su mano izquierda a la arena y comenzó a mecerla nuevamente. El remolino se fue ampliando y succionando al muchacho y al Tiempo.
- ¡Ayúdame Lilibeth! –gritó Nicolás desesperado, aunque en el fondo sabía que al hada no le quedaba otra opción que obedecer a sus dioses.
El hada se veía triste, hasta que la arena se lo tragó por completo.
- ¿A dónde fueron, Señora Ángela? –preguntó Lilibeth con curiosidad.
Pero Ángela, la observadora había vuelto su mirada a otros asuntos que reclamaban su atención. Asuntos donde el humo identificaba los lugares donde ardía el fuego y se expandía la destrucción de Alfheim.

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Continua en Parte 6

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