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El regreso de Smorthian (parte III)

Publicado el 26 mayo 2010 por Blopas

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El cubo medía aproximadamente dos pies y medio de altura, ancho y profundidad, y estaba construido en un metal semejante al hierro, pero mucho más rígido y duro. De hecho, la brutalidad de la reja del arado ni siquiera le había hecho mella. Cuando Maggoth terminó de limpiarlo, tarea en la que malgastó el agua de su cantimplora y ensució el harapo que cubría su cabeza del sol, pudo leer una inscripción grabada en el centro de una de las caras: “Smorthian”.

Maggoth poseía un espíritu extremadamente curioso; estaba maravillado por el descubrimiento del cubo, y no dejaba de maldecir a gritos cuán hermético era. No pudo hallar ni un resquicio, ni una rajadura, ni una mísera grieta por la cual introducir una herramienta para hacer palanca. Durante un buen rato, el labrador se vio tentado a cavar un pozo para devolverle a la tierra eso que había expulsado. Sin embargo, al levantarlo se convenció de que era imposible que fuese una pieza maciza, ya que –en ese caso– no lo habría podido mover ni un ápice, y mucho menos desenterrarlo. Algo debía de estar escondido en su interior, algo de mucho valor, obviamente, y nada ni nadie iba a detenerlo hasta que estuviera despanzurrado frente a sus ojos.

Con la esperanza renovada, Maggoth inspeccionó una vez más cada pulgada del cubo, buscando bajo las capas de óxido el mecanismo que le permitiera abrirlo. No tuvo éxito. También probó golpearla con piedras de distintos pesos y tamaños. No hubo caso. Por último, intentó romperla al dejarla caer desde la cima de la colina. Inútil. El cubo rodó a los tumbos todo el largo de la ladera y se detuvo en el llano tan intacto como había subido. El sol había empezado a caer sobre el horizonte, y era el momento adecuado para que Maggoth regresara a su casa antes de la salida de la luna. No obstante, pensó que la noticia de semejante descubrimiento se difundiría de inmediato por toda la comarca. Las personas llegarían desde variados sitios para satisfacer su curiosidad o para probar suerte en la apertura (reclamando, de lograrlo, una proporción sustancial del tesoro); seguramente también llegarían ladrones, piratas y otros personajes indeseables sin otro objetivo más que hacerse de su cubo. No, él debía abrirlo ahí y en ese mismo momento, o volver a enterrarlo para continuar la tarea al día siguiente.

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