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El regreso de Smorthian (parte VIII)

Publicado el 11 junio 2010 por Blopas

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Instantes después, Maggoth y Gustaf reunieron al resto del grupo con la intención de presentarse ante Smorthian y comunicarle que habían sido ellos, y nadie más, quienes lo habían liberado. Sus corazones palpitaban maravillados. En particular, Maggoth no podía dejar de imaginar que semejante bestia no sólo le brindaría un poder para gobernar su comarca hasta el fin de sus días, sino también extender sus dominios hacia las Tierras Lejanas, mucho más allá del límite sur.

No obstante, los otros cuatro, ajenos a las elucubraciones de Maggoth, se cuestionaban en secreto la posibilidad de que algo hubiera salido mal. Smorthian no se comportaba como un dios, ni lucía como tal. Su piel era gruesa y de color marrón, y a la distancia brillaba como si fuera viscosa. Poseía una inmensa cabeza, con un par de ojos negros saltones y una boca repleta de dientes; Thrym estimó que en su interior cabría fácilmente un cobertizo pequeño. Su contextura era vigorosa; toda su espalda estaba recubierta por placas coriáceas, y a lo largo de la línea del espinazo protruía un cordón de espolones córneos. Por delante, su torso era más o menos plano, y de los flancos partían varios brazos terminados en manos rudimentarias. Sin embargo, el cuerpo de Smorthian no era más llamativo (ni temible) que algo que llevaba adherido en su espalda. Lo que Maggoth y Gustaf habían en principio identificado como alas eran, en realidad, dos excrecencias alargadas, de un rojo profundo como la sangre de buey. No habían visto aleteos, sino latidos. Esos extraños órganos palpitaban como un corazón, pero no lo eran. Gustaf, el campesino devenido en sabio, dispuso a sus amigos en círculo y les explicó que con esas carnosidades Smorthian podía absorber del ambiente toda el agua que necesitaba para vivir, que era mucha.

Los primeros movimientos del dios solitario justificaron el pánico y la desesperación de la comunidad. Se desplazaba con un balanceo irregular y lento debido a la forma caprichosa de su cuerpo, a su enorme peso y a sus patas, que parecían endebles. Cuando abría la boca, escapaban de su garganta chillidos agudos, muy estridentes. Personas, animales, plantas y todo ser vivo que encontraba a su paso quedaba reseco cual uvas abandonadas al sol del estío. La primera familia devorada fue la de Rundheim, el leñador. Los masticó de manera desordenada, con una voracidad acorde a tantos milenios de confinamiento; también masticó a sus bueyes y cerdos. Sin embargo, el dios errante no se comía a quienes exprimía con esas especies de branquias. Los cadáveres quedaban tiesos en sus lugares, y sus rostros conservaban, cual grabadas en piedra, sus últimas muecas. La comarca entera se estaba transformando en una exposición de muerte y de horror.

Al darse cuenta de lo que sucedía, Gernakt, que caminaba al encuentro de Smorthian junto a Maggoth y al resto, a viva voz compartió con ellos algo que se le había ocurrido: si Smorthian los ayudara a ponerse al mando de la comarca podrían celebrar todos los años ese día de gloria con la exhibición pública del cuerpo momificado de Friederick. Todos rieron durante un largo rato. Todos excepto Maggoth.

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