Revista Literatura

El resto puede estar equivocado: Un entrenamiento para cambiar de vida (II)

Publicado el 02 marzo 2017 por Sara M. Bernard @saramber
El resto puede estar equivocado: Un entrenamiento para cambiar de vida (II)Esto va así: en la primera relectura del día para continuar la corrección, una de las metáforas resulta simplemente genial, o mejora respecto a la jornada anterior -hoy hace sol y ayer llovía-. La terrorífica estampa del Ánima Sola, que con precaución anticipatoria inserté en el booktrailer, es hoy un símbolo redondo. Cómo no se me había ocurrido años antes, en vez de buscar por mitologías exóticas, sin éxito.
¿Quién hablaba del ánima? Inevitable recordar Bajo el signo de Marte, con sus rudimentos de psicoanálisis freudiano y diversas corrientes de la época ahora frescas (segundo cuatrimestre, Historia de la Psicología). El libro fue agridulce, más desagradable risible que dulce, porque contaba tonterías donde otros lectores usaban el adjetivo "tremendo". Más bien: otro sentimiento nuevo, la rabia que produce leer tonterías (es decir, cosas ya machacadas, pensadas, vividas y escritas, las mías en un cajón, las de otros en un libro).
Hay tres sentimientos específicos que no tienen nombre en castellano y Zorn me dio el tercero. A los tres los he bautizado con una designación nueva en mi diccionario personal, un nombrar que se origina en todos los casos por algo que escribí en su momento. 
El primero es la añoranza de un futuro que aún no ha ocurrido, o soledad de Simún. La primera vez que lo experimenté contemplaba la salida del sol sobre los tejados de Roma, en silencio, un 28 de febrero de cumpleaños con una sincronía absoluta de 20 años atrás. El segundo es la angustia por recuperar algo que nunca se ha tenido, o el velo. Y el tercero, a falta de otro nombre mejor, lo refiero como Marte agrio, o la ira animal, punzante y descontrolada, porque alguien haya escrito algo que se considere importante cuando lo mismo ha sido enjaulado o escondido como una vergüenza. Que del Marte agrio se salta al velo, o intentar la recuperación de una confianza que nunca se ha tenido, que a su vez tiene origen en la soledad de simún, un futuro que argumentaban imposible.
No encuentro el ánima por la sopresa CTRL+F, en las hojas de papel no funciona así de rápido. Y cuando levanto la mirada, he leído sin querer un par de capítulos del libro rojo, sin encontrar el que era. Durante esos minutos de silencio sudo en frío (las relecturas son así, nunca es lo que recordabas) porque ya no se sustenta en una explicación inmadura de echar la culpa a otros; qué pasaría si, realmente, he estado en el sitio equivocado, con la gente más equivocada y plana que se pueda imaginar, niños de papá que acaban de generar sus propios niños de papá con los que la especie se mantiene estable. No un reduccionismo genérico de ser mal sino de ser mal en ese sitio. Un sitio en el que jamás he sufrido bullying, quejas, novatadas en la universidad ni nada por el estilo, porque todo estaba bien, no pasaba nada.
Pero es así de aplastante. Puedes vivir en una sociedad que no te guste, dentro de una cultura que detestas. ¿Puedes cambiar de cultura si la que te rodea no encaja contigo en lo más mínimo? Es más fácil ceder a la presión e intentar amoldarte. Pero cuando no lo consigues, ay, qué risa, la caída es espantosa.
Tras los minutos de silencio, el dorado alto sobre mis pestañas, escribo en una libreta de rayas y con bolígrafo negro
... poder dedicarme a escribir otros amaneceres como este. 
Veinte años después pongo, en una libreta de cuadrícula y con bolígrafo negro
... escribo este amanecer sobre otro tejado. El sol es el mismo, en otra latitud, y yo sigo en el mismo sitio; es decir, en ninguno.


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