Revista Literatura

El resucitador de canarios

Publicado el 22 julio 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
La imagen puede contener: una o varias personas, calzado, cielo y exterior© Alain Laboile

Acabo de leer que en un museo de Manchester se exhibe un artefacto utilizado por los años 1890 y posteriores para resucitar canarios.

En esa época se usaba a los canarios para detectar en las minas gases tóxicos que pudieran ser perjudiciales para los mineros. Luego de que el canario se intoxicara al borde le la muerte, y habiendo evacuado el lugar, lo introducían en el resucitador para darle un shock de oxígeno. Con suerte sobrevivía para seguir con su tarea.

Está clarísimo. Yo soy el canario y vos sos la mina llena de gases tóxicos. Lo bueno de esta historia es que soy un canario freelance, totalmente independiente, dueña de mis facultades mentales y del traslado general del corazón y de mi cuerpo hacia vos.

La atracción que ejercen sobre mí mil kilómetros de recovecos subterráneos, iluminados de manera precaria y esencial es inexplicable. Estoy en la lona, al borde del delirio existencial, enamorada de una mina sin oro cuando podría estar retozando con la panza arriba sobre el pasto de la plaza de la esquina.

Me ofrecés vacaciones en un lugar con escasez de luz, de comida, de oxígeno, sin lugares concretos por dónde circular, con riesgo de derrumbe, de accidente, de muerte, sin una salida concreta que quede hacia otro lado. ¿Si se sale por dónde se entró, hacia dónde vamos amor? Estamos en una trampa, no hay salida, no hay futuro ni construcción entre nosotros.

Me dibujás en las paredes de la mina rutas, mapas, viajes, desayunos, futuros, utopías, mil y una noches que no llegan nunca; y yo juego a creerte mientras dosificás los besos que das mientras de reojo mirás la hora. Pijoteás todo, desde los besos y caricias, hasta el tiempo que pasás conmigo. Tu ser destila pobreza, y sos un Papá Noel en decadencia, con el bolso rojo lleno de moños que se cayeron de los regalos para otros. Te odio profundamente.

Tu cama está abierta, usada, revuelta. Allí hacés lugar para mi cuerpo, y yo me dejo, mientras trato de pensar que el lugar no es tan importante. Me gana la maldita necesidad que a la vez es el veneno que me está matando.

No hablés, porque lo que digás ahora en este momento de pasión, será usado en tu contra mañana, cuando a la luz del día los dos sepamos que todo fue mentira: mentira que soy única, mentira que estarías conmigo todos los días, mentira la mentira.

Mañana, cuando reciba el shock de oxígeno, cuando duela cada célula que vuelve a respirar, la verdad será un trapo sucio tirado en un rincón de la cocina y tus ojos ya no serán ese lugar intenso y de calmado cobijo, mañana volverás a confirmarme, rectificarme, afirmarme con esa cara de cordero degollado que sufrís tanto como yo, pero que de ninguna manera te vas a mover de dónde estás.

Me abren la jaula de vidrio donde me bañaron con chorros intensos de luz y aire. Todo me golpea. Me duelen los huesos de tanta vida inyectada adrede. Intento moverme, vuelvo a ver la boca de la mina, vuelvo a verte, y estoy tan cansada. Pero alguien me toma en sus manos, y me dice que no me preocupe, que ya volaré nuevamente, y me llevan lejos de vos mientras me susurra que “la vida está en otra parte”.

Patricia Lohin

Referencias:

La historia de la máquina de resucitar canarios: Faena.com

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