Hola a todos, es miércoles y la Puerta Deshecha sale a la red (me parece imposible a la vista de los problemas que he tenido la semana pasada. Gracias Javi por arreglar el ordenador). Hoy traemos dos relatos fruto de vuestro esfuerzo. Es el resultado de las tiradas de dados que propusimos hace un par de semanas. Había dos propuestas y mis amigos Ferragus y José Antonio se han decantado por la más compleja: la de los nueve dados. El resultado es muy bueno, muchas gracias por colaborar. Partiendo de la misma premisa han llegado a dos propuestas completamente diferentes. Pero lo tenéis que leer vosotros vosotros. No quiero adelantar más.
Imagen extraída de Photo Pin
LA DECEPCIÓN DE UN ESPELEÓLOGO
Por Ferragus
Nada que hacer. Desde mi campamento asomaba una fría luna que a esas alturas no pude determinar si era creciente o menguante. Estar oculto en esa cueva tratando de desentrañar sus misterios, hizo que estuviese más de la cuenta en su vientre, perdiendo casi el sentido de la realidad y del tiempo. Algo parecido a la pena se dibujaba en mi rostro al no poder dar con la respuesta que vine a buscar a estas cuevas; sus peligrosos caminos eran portadores a otras realidades que solo se podían ver al momento de estar dormido. Al despertar era lo de siempre: formaciones de silicatos, estalactitas y estalagmitas ¿Dónde estaban las torres de esos microorganismos prehistóricos? ¿Dónde los rastros de peces fosilizados? En la soledad de esa cueva y su eterno silencio, donde más de una vez sentí pavor de mi propia sombra; imploré por una balanza a mi favor que recompensara mis desvelos. Pero nada, ni una pista a mi delirante deseo; el más absoluto silencio milenario de sus cavernas se imponía a mis sueños. Solo me quedaba intentar dormir bajo el cielo después de tantos días; y prepararme, para mañana, como una oveja obediente, hacer fila para embarcarme en el vuelo de regreso.Imagen extraída de Photo Pin
CUATROCIENTAS PALABRASPor José Antonio ChimenoElla quería que escribiese en torno a cuatrocientas palabras, me apremiaba. Mi declaración habría de ser concisa y que no dejara lugar a dudas, y así lo hice, como casi siempre, y cumplí con lo acordado.Ahora ya, pasadas casi veinticuatro horas desde que nos despedimos en el portal del edificio donde se hallaba el piso franco de la agencia, me encuentro recostado en una de las butacas de primera clase del avión que habrá de llevarme al olvido. Apoyo en la mesita la copa de calvados que me sirvió una esquelética azafata que era incapaz de parecer amable aunque sonriera y dejo ir mi mirada por el hueco de la ventanilla. Estos mamones de las compañías aéreas ya no dejan fumar y echo de menos el filter que alargaría este momento. Un cielo azul pálido se ofrece como lienzo para unas nubes tímidas y lejanas en las que se intenta esconder una luna desconcertada por la luz del día. Me inclino un poco para ver más y aprovecho para volver a coger la copa y dar un largo sorbo, abajo apenas se atisba la ciudad, la torre del castillo se aleja y las ovejas que pacen en la ladera se habrán de convertir súbitamente en los peces que habitan el mar donde nos adentramos. Ya sólo se aprecia un color, el turquesa oceánico de lo inabarcable.El calvados hace su labor, el viejo amigo nunca falla, y un agradable sopor me hace quedar dormido. El sueño se torna intranquilo, un nerviosismo me atenaza, la maldita conciencia empieza a vengarse, sombras terroríficas me envuelven y caras sonrientes lanzan contra mi alma las pesas de la balanza de la justicia que me abaten y desintegran.Me despierto como si hubiera sufrido un ictus, sudoroso y dolorido, con algunos miembros entumecidos. Mi cara me delata ante el resto del pasaje y es que el día en que cometes traición no puedes estar sonriente.Pasados unos minutos en los que recupero mi entereza, sí sonrío, cínicamente, pero lo hago, faltaría más. El tiempo lo cura todo, lima las asperezas de los recuerdos y difumina las caras de los que no quieres volver a ver. En días venideros seré feliz y bochornosamente rico en cuanto este avión aterrice en el país en el que me espera mi paraíso prometido; paraíso fiscal por supuesto, de sobrada reputación entre la inmundicia humana, que aún lo hace más interesante y atrayente. Me impaciento ante la llegada del momento en el que pueda comprobar el ingreso de la escalofriante cifra en mi cuenta corriente.Cuatrocientas palabras que me quitaron la dignidad pero me dieron el resto... y libre de impuestos.
Por Anabel Rodríguez
Mi madre siempre dijo que eras una rata. No sé si fue el corazón, que me engañó o que, me sentía tan única y rebelde, tan en posesión de la verdad que no quise prestar oídos a lo que decía, pero hoy te reconozco, te reconozco como rata fea y miserable, como devorador de almas, alguien que se oculta en las sombras, esperando su momento. Hoy reconozco mi error y veo tu rostro como realmente es, veo el daño que causas y me duele el que podrías causar. Hoy, después de muchos años, también yo digo que eres una rata.