Todo comienza con la arquitectura civil de la Edad media, la cual, Bruno Zevi considera el único antecedente válido de arquitectura democrática. Y al igual que la democracia es el gobierno del pueblo, la arquitectura orgánica es también la arquitectura del ser humano libre; pensada como una actividad social, técnica y artística, destinada exclusivamente al servicio de los demás. Es una arquitectura para la gente, no para los arquitectos, en la cual la técnica está subordinada a esta dimensión social.
Esto implica, que a la hora de diseñar una vivienda, se hace de dentro hacia fuera, según las necesidades y actividades de los ocupantes. Y ahí está la verdadera belleza de la obra, no en su aspecto exterior. Como referente principal de este pensamiento encontramos no menos que a F. Ll. Wright.
Esta visión de la arquitectura refleja una gran influencia del concepto judío del espacio-tiempo que enfatiza la función y, es, al mismo tiempo, una arquitectura exenta de formalismos.
Para Bruno Zevi, la arquitectura orgánica supone una superación del racionalismo o funcionalismo. La considera una lucha contra los obstáculos que opone la sociedad, una arquitectura revolucionaria, en definitiva, una arquitectura más humana que humanística. Propone como método volver al pasado y crear una nueva estética de la arquitectura.
Bajo mi punto de vista, sustento plenamente la idea de una arquitectura concebida para la sociedad. No obstante, todos los extremos son malos y me parece que en el presente texto, la visión arquitectónica se prima la función sobre la forma de manera excesiva. Incluso se llega a decir que sólo se valora una obra por su función.
Me gustaría matizar que no estoy plenamente de acuerdo con esta teoría, ya que considero que la función y la forma deben ir íntimamente unidas -a pesar de que en algunos casos prime ligeramente la superioridad de la función-; pero en definitiva deben marchar paralelas.
La forma a la que me refiero en la presente redacción, está enfocada hacia la relación y respeto de la arquitectura con el entorno, tanto en ámbitos naturales como urbanos. Un edificio nunca está solo, tiene elementos a su alrededor que le influyen y condicionan -o, al menos, deberían hacerlo- su forma.
Por tanto, centrarnos exclusivamente en el interior nos llevaría a un un caos y al posterior desorden arquitectónico global.
Por otra parte, hay otra cuestión que no debemos pasar por alto, y es el simple hecho de que cuando las personas pasean por las calles, les gusta ver edificios bonitos y estéticamente agradables. Evidentemente que también funcionales, pero la mayor parte de la sociedad ni es capaz, ni intenta comprender un edificio a través de su funcionamiento.
En conclusión, sostengo que la arquitectura debe siempre orientarse al servicio de la sociedad; pero sin embargo no debe caer en el autismo arquitectónico de edificar sin contar con el entorno y sin cuidado alguno de la forma, ya que estos constituyen una parte importante del conjunto arquitectónico.
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