La luz del día enseñaba sus colores. Anaranjados y púrpuras teñían de magia el cielo. Amanecía. María miraba por la ventana, deleitándose en aquella vista. Sus ojos se perdieron en el horizonte y durante un segundo pensó en todo lo malo que había vivido -y que al fin era pasado- y en lo bueno que le quedaba por vivir. Suficiente para esbozar una sonrisa. Después dirigió su mirada a Roberto, que dormía. La noche anterior había hecho el amor por primera vez con él y, por primera vez también, su mochila pesaba menos.
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