En la lejanía, los ecos de las sirenas de los municipales. La fiesta del barrio con su música y su verbena, continuaba afuera, pero nosotros ya teníamos la nuestra dentro de casa, en las cuatro paredes de nuestro dormitorio. Canciones de los ochenta y noventa, nuestras canciones, esas que no habíamos escuchado nunca juntos y que ahora lo hacíamos por primera vez, aunque parecía que las habíamos estado oyendo toda la vida. Nos amamos, muriendo un poco, gimiendo, gritando... Al fin era mío y yo suya. Para siempre.
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