Tras comprobar que estaban solos en la casa, abrieron de par en par el ventanal del salón. Toda la habitación se inundó con el olor a hierba fresca. A lo lejos se podía distinguir la silueta de un espantapájaros, cuyo contorno tapaba con suavidad el crepúsculo.
El hombre cogió por la cintura a la mujer y ella le echó sus brazos al cuello. Y la estancia dejó de oler a hierba para oler a vida...
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