Allí estaba ahora junto a mi, como el rey de una selva imaginaria. Había salido de caza y regresaba portando una presa. Pero lo que él no sabía es que nunca salgo sin mi cámara y que ose retratar su presencia.
Debía tener ya unos cuantos años sobre sus cansadas espaldas, pero una vez más la naturaleza le había otorgado el privilegio de ser vencedor en ese antiguo, cruel y omnipresente
juego del ratón y el gato.