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El Rey del Tabaco     Tu abuela Lola ...

Publicado el 01 diciembre 2010 por Isladesanborondon
El Rey del Tabaco





    Tu abuela Lola ...
El Rey del Tabaco
   Tu abuela Lola fue una persona de armas tomar. En el mercado de La Laguna todos temían a aquella mujer, que era un puro pellejo pegado a los huesos. ¿A cómo son las papas? A duro. ¡Cha cha!, ¿qué tienen dentro?, ¿pepitas de oro? Seña Lola, si quiere se las lleva, y si no, ya sabe. ¿A cómo tiene la beterrada? Pa usté, a tres pesetas el kilo. Mire cristiano… que como salga bichada mañana mismo se la traigo. ¡Líbreme Dios de engañarla a usté!. Ella iba llenando poco a poco su cesta, peleando cada peseta que guardaba en su pañuelo. Yo pasaba mucha vergüenza cuando acompañaba a tu abuela a La Laguna porque ella era capaz de callarle la boca a cualquiera, al de la futa, a la señora de los pollos, al hombre del queso, a todos los traía locos. Pero al mercado llegó un pescadero tan batallador como tu abuela. Desde el primer día, ella que era una novelera, se fue a tantear al hombre a ver de qué pie cojeaba. ¿A cómo tiene las viejas? A cinco duros, doña. ¿Cómo va a ser eso? ¿Está borracho, o qué? Seña sin faltar, que hace cuatro años que no tomo. Aquella respuesta hizo que tu abuela mirara al hombre con desconfianza. Digo que al menos el pescado será fresco. ¿Fresco?, estas viejas las cogí yo mismo anoche, y ésta colorada, que le voy a dar a usté, ¡se me murió esta madrugada en las manos!
   Ella llegaba por la mañana temprano y entraba como un huracán caribeño. Tu abuela Lola era muy chica cuando conoció aquella tierra tropical donde el aire huele a guayaba fresca. Fue en primavera cuando sus padres, con una purriada de ocho hijos, embarcaron rumbo a la octava isla, tal y como por entonces hicieron tantas familias de isleños. En Cuba, me explicaba tu abuela, siempre hubo mucho que hacer porque los cubanos al trabajo le tenían miedo. Había heredado el carácter y la misma retranca de su padre, don Alfonso, pero yo jamás me atreví a reírle las ocurrencias, pues uno nunca sabía cuándo doña Lola hablaba de broma o de veras. Estuvieron varios meses dando tumbos por la isla hasta que don Alfonso se encontró con unos compadres que le contaron que al norte, en Caibaiguán, buscaban hombres fuertes que supieran trabajar el campo, así que como no tenían nada que perder, para allá se tu abuelo con toda la familia Santana.
   El padre de tu abuela Lola trabajó para un colono, que era isleño como él, y que tenía una finca de tabaco. Pasaron los años y con el dinero que reunió, don Alfonso, que además de fortachón era un hombre avispado, compró unas cuantas vegas. Las cosas le fueron bien, con el tiempo y con muchas horas de trabajo sobre el lomo. La calidad de su tabaco no tenía competencia ni en Sancti Spíritus ni en ninguna otra provincia. Se hizo muy conocido en la isla, la gente lo llamaba El Rey del Tabaco.
El Rey del Tabaco





    Tu abuela Lola ...  Mi padre todos los días, contaba tu abuela, desde muy temprano, con un calor de justicia, se caminaba todo el tapado, revisaba hoja por hoja y mataba los bichos con la mano. El viejo lo que más quería en el mundo era su tierra, más que a su mujer y a sus hijos, me llegó a confesar una vez doña Lola, pero nosotros como todos los que lo conocían le teníamos un respeto muy grande. Él tenía sus cosas buenas y malas, como todos, pero era un hombre listo, compañero de sus trabajadores y sobre todo muy trabajador, por eso la gente lo quería. A ella le gustaba hablar de aquella época y a mí me gustaba la manera que tenía tan particular de contar las cosas que le habían ocurrido. Si te soy sincero, aún la echo mucho en falta, porque mira que he conocido personas a lo largo de mis vida, pero créeme, nadie, nadie, me conmovía tanto con sus historias como tu abuela.
   El caso es que por lo visto por el pueblo apareció un día un italiano a quien desde el principio todos le tomaron ojeriza. Se paseaba por la calle como si fuera el rey del mambo, echándoselas delante de todo el mundo con que tenía un terreno de no sé cuantitas hectáreas en la Toscana. Un día se le llegó a calentar tanto la boca que se atrevió con don Alfonso hasta el extremo de soltarle en su cara que su tabaco era mil veces mejor al que cultivaba mi padre en aquel pueblo de mala muerte. Mi viejo no lo miraba a la cara, era la manera de demostrarle su desprecio, sin embargo el italiano creyó que el viejo lo que le pasaba es que se estaba acobardando y eso lo envalentonó aún más y le escupió a la cara una grave ofensa. Fíjate, Santana, si las hojas de mi tabaco serán de buena calidad que nunca han tenido bichos, no como las tuyas. Después de encajarle aquel golpe, por lo visto tu bisabuelo siguió como si nada, fumando uno de sus cigarros con toda su pachorra. Tamaña escandalera picó la curiosidad de algunos que andaban cerca, y vinieron a ver qué era lo que pasaba, todos conocían de sobra el carácter que tenía don Alfonso, y sabían por experiencia que quien se atrevía a hacer de menos al rey del tabaco, terminaba con el rabo escaldado. Pero en esa ocasión por lo visto la contestación de don Alfonso se hizo tanto de rogar, que hasta a los compadres les flaqueó la confianza. Recuerdo que a tu abuela, también le gustaba quedarse callada, sobre todo cuando ya se acercaba al final de su historia, pero te repito que nunca me comporté como un majadero, porque si ella enfadaba una mirada suya le bastaba para atravesarte el pecho. Así que cuando callaba, yo me quedaba esperando a que de nuevo cogiera el hilo de la conversación.
El Rey del Tabaco





    Tu abuela Lola ...
   Entonces, ¿qué ocurrió?, me preguntó sin esperar de mí respuesta alguna. Que de repente mi padre empezó a mirar el habano despacio, muy seguro de que lo que tenían sus dedos era más valioso que el oro. Alrededor de los dos hombres ya se había reunido casi todo el pueblo, esperando ansiosos cómo terminaba la controversia. Al fin mi padre se dignó y contestó a aquel machango. ¿Sabes lo que pasa italiano?, que los bichos tienen la inteligencia que a algunos hombres les falta, y ellos no tienen problema a la hora de elegir entre el tabaco bueno de la mierda.
  Después de aquella frase antológica que hoy muchos paisanos recuerdan todavía, don Alfonso Santana le dio la espalda al extranjero y lo dejó allí sin saber qué decir, más tieso que una caña y más pálido que el marfil. A las pocas horas el toscano ya había recogido sus corotos y se había mandado a mudar sin despedirse siquiera. Así fue como El Rey del Tabaco, mi padre, subrayó con orgullo tu abuela, se convirtió en un guajiro de leyenda.
   Fue la segunda vez que vi sonreír a tu abuela, la primera fue cuando…


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