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El rey tartamudo
Publicado el 27 diciembre 2010 por Enlahistorioteca
La Historia del siglo XX está plagada de grandes discursos y frases legendarias de líderes, reyes y estadistas que hiceron de la elocuencia un arma para ganarse a las masas o desacreditar a sus enemigos. Kennedy acuñó la célebre cita en alemán “Ich bin ein berliner” (Yo soy berlinés) durante una visita a Berlín Occidental en 1963 para solidarizarse con los habitantes de la ciudad ante el bloqueo impuesto por la Unión Soviética; Gandhi plasmó su defensa de la no violencia como única vía para hacer frente a la dominación británica y alcanzar la libertad en 1948 con el famoso aforismo “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”; Suárez popularizó en la España de la Transición el “Puedo prometer y prometo” y Obama hizo del “Yes we can” de las elecciones presidenciales de 2008 en Estados Unidos el lema perfecto para convencer al pueblo norteamericano de que el cambio era posible. Todas ellas son frases que han hecho fortuna y que la gente recuerda pero no todos los hombres públicos tuvieron de su parte el don de la palabra.El rey Jorge VI de Reino Unido (1895-1952) fue desde muy temprana edad tartamudo y todas sus apariciones públicas, sus discursos en la radio o sus alocuciones en espléndidas cenas repletas de invitados se convirtieron para él en un auténtico suplicio. La película El discurso del rey (The King’s speech, en versión original), dirigida por Tom Hooper y con Colin Firth en el papel de Jorge VI, indaga en el transtorno de comunicación que padecía este monarca británico, padre de la actual reina Isabel, y su lucha por superar esa tara con la ayuda de un peculiar australiano especializado en los problemas del habla. A partir de este asunto, el director abre la puerta del palacio de Buckingham para que el espectador pueda observar cómo era la vida en la corte londinense del periodo de entreguerras y encontrarse con el primer ministro Neville Chamberlain o su sucesor, Winston Churchill. Pero, sobre todo, pone sobre la mesa los complejos y las debilidades de los segundones, aquellos hijos de los reyes que no nacieron para gobernar y que vivieron siempre a la sombra del primogénito. Jorge VI tampoco había nacido para ser el soberano de una cuarta parte de la población mundial que nacía, vivía y moría en el Imperio Británico. Era el segundo hijo varón de Jorge V y no estaba previsto que llegase a alcanzar la corona. Quizás por eso era un individuo acomplejado y lleno de miedos y reparos que le habían convertido en tartamudo desde pequeño frente a la vitalidad de David, su hermano mayor, que pasaría a gobernar con el nombre de Eduardo VIII pero que terminaría abdicando sólo unos meses después de su coronación por amor a una mujer divorciada. Los esfuerzos de Jorge VI para vencer sus limitaciones y convertirse en un rey digno capaz de dirigirse a sus súbditos en momentos tan difíciles como los que antecedieron a la II Guerra Mundial aprovechando las posibilidades que ofrece la radio marcan el ritmo de esta extraordinaria película y ponen de manifiesto la creciente importancia de los medios de comunicación y la propaganda en aquella época. En definitiva, cine del bueno y rigor histórico que, pese a las limitaciones vocales de Jorge VI, dará que hablar.
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