Leía en las advertencias del empaque de tampones:
"Toxic Shock Syndrome" para minimizar el riesgo de padecer el síndrome se recomienda "no usar tampones".
Al principio me pareció una advertencia malcriada, como quien dice: si no quieres pelarte las rodillas, pues no corras bicicleta. Sin embargo, luego de pensarlo un rato, tuve una epifanía. ¡Pero qué genialidad! ¿Cómo no se me ocurrió?
Ahora que padezco de problemas estomacales, y siguiendo este sabio consejo, dejaré de comer para que la comida no me caiga mal. Y de una vez, me encerraré en mi casa para evitar gastar gasolina o exponerme a un tiroteo en el expreso. También creo que voy a dejar de querer a mis hijos para no extrañarlos cuando se vayan de casa. ¡Viviré una larga vida libre de riesgos gracias a la total inercia!
¡De cuántas cosas tendríamos que cohibirnos si pensáramos siempre en la posibilidad de una desgracia! La vida consiste en tomarse riesgos, disfrutarlos y aprender de ellos. No hay otra manera de vivirla. Incluso quien decide dedicar su existencia a la meditación o alejado de lo "mundano" se arriesga en cada decisión que toma, en cada palabra que pronuncia, en cada pensamiento que escribe, en cada revelación que recibe. No hay escapatoria. Ahí tenemos que hacer como un niño que aprende a caminar: se cae y vuelve a levantarse para continuar, porque si no lo hace no podrá correr cuando mamá lo persiga para quitarle la crayola con la que pintó la pared.
Todo en la vida tiene consecuencias o efectos secundarios. No se puede vivir evitándolos, sino conociéndolos. Es cuestión de leer las instrucciones, como con los medicamentos, y esperar que la experiencia siempre nos ayude a mejorar.
¡Me monto en esta vida!
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