Era un día como otro cualquiera de aquellas felices vacaciones cuando entró en casa. No se acercó a darme un beso, no me susurró “me enamoras cada día más”, no vi en su mirada un atisbo de deseo ni escuché su corazón desbocado. Su cara estaba descompuesta, miraba como ido, algo muy grave le había pasado para presentarse así. Apesadumbrado cayó derrotado en un sillón y se cubrió la cara con las manos.
- No me lo puedo creer, me la han robado. Un minuto, solo un minuto y me la han levantado.
- No, no y no. Ninguna otra podrá sustituir a la mía.
Preguntamos a conocidos y ajenos, nuestras rutas ya no eran las habituales, ahora nos movíamos por sitios donde había bicis. Las observaba bien y me decía: yo la conozco, la conozco perfectamente y verás como un día agarre al ladrón. Así la bici empezó a formar parte de nuestra relación y se convirtió en la amante ausente. Éramos un trío y los tríos a la larga nunca acaban bien. Su obsesión fue en aumento a medida que mi paciencia se iba agotando. Hice un esfuerzo por desbaratar esa idea que lo corroía, pero fue una batalla perdida. La sombra de una bici se ha convertido en la gran usurpadorade nuestro tiempo, nuestro espacio y nuestra relación. La vida nos ha ido cambiando y la relación se ha ido distanciando hasta el punto de no ser capaces de superar el embrollo en el que estamos metidos por una maldita bicicleta.