EL ROSTRO. Publicado en Levante 10 abril de 2010

Publicado el 12 mayo 2010 por Biologiayantropologia
EL ROSTRO
El hombre sin rostro es un clásico de la novela y del cine. Detrás del personaje sin rostro late una biografía enigmática, troquelada por el dolor y la soledad; o bien, encierra un pasado turbulento y truculento. En cualquier caso, produce pavor porque nunca sabemos quién es, qué esconde, qué hay detrás de esa oscuridad. Y la sombría silueta nos atemoriza. Son malos, muy malos hasta lo demoníaco espectral; o bien individuos sumamente desgraciados, porque no tienen siquiera lágrimas con quien departir, ni mirada que pueda ser correspondida.
En realidad, cada uno de nosotros se desvela en el rostro, que es el espejo del alma. Enmanuel Lévinas nos responde que «el otro ser humano, que forma parte del todo y me es dado como los otros objetos, rompe ese todo precisamente por su aparición como rostro». Ningún animal tiene rostro, sino jeta. Por eso el rostro está desnudo y patente, no se debe ocultar. Es la única parte del cuerpo que está despojada de veladura. El rostro, sigue afirmando Lévinas, es «un compromiso para mí, una llamada: la orden de ponerme a su servicio. En ese rostro se me aparece la persona a la vez en su desnudez, en su indigencia y, al mismo tiempo, como el lugar en el que recibo un mandato». Y sigue declarando que esa forma de mandato es lo que él llama «la palabra de Dios en el rostro».
Lo más llamativo de este pensador judío es que establece como clave de esa apelación una responsabilidad primigenia por el otro: no es necesario que me pida ayuda, porque yo soy responsable sin haberlo elegido. Esto impide cualquier planteamiento de pasotismo: a mí me da igual lo que le pase a los demás. Y especialmente para aquellas personas que tienen una responsabilidad social: políticos, empresarios, agentes sociales, representantes, padres, profesores, etc. Ya antes de que pueda llegar a conocerlos en su rostro, a distinguirlos por su nombre, soy responsable, incluso en el seno materno.
Si uno lo piensa despacio, da vértigo, pero, a su vez, nos muestra en toda su grandeza el valor de nuestra vida: toda vida importa, incluso antes de ser útil. Porque el rostro es una proclama de que el otro está aquí, conmigo, no ahí, como una piedra, sino dentro de mí. No hay rostros anónimos, muchedumbre ingente. Y esto me sitúa en una relación de total disponibilidad. Por eso, puedo romper la ley de la conservación —cosa que no puede hacer un animal— y entregar mi vida por el otro. A veces, se sitúa la vida como una pugna entre la mera existencia de mi yo y tu tú. Pero este drama puede ser roto si me doy cuenta de que estoy en este mundo por ti y para ti.