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El sacerdote que llegó a ser presidente

Publicado el 22 enero 2011 por Deshollinador

«La solución es la revolución; primero en el espíritu del Evangelio;
Jesús no podía aceptar que el pueblo pase hambre.
Es un conflicto entre clases, entre ricos y pobres.
Mi trabajo es de predicar y organizar…»
—Padre Aristide¹

En la actualidad se habla de Jean-Claude Duvalier, el ex dictador al que se le permitió, tras años de exilio, regresar a la nación que rigió con mano dura y hasta letal. Tal noticia me hizo rememorar a otro presidente haitiano, al primero que fue elegido por medios democráticos, quien, al contrario que Duvalier hijo, continúa en el exilio. Su nombre: Jean-Bertrand Aristide.

Jean-Bertrand Aristide

Jean-Bertrand Aristide (fig.1)

Aristide, nacido en 1953, hijo de campesinos, perdió a su padre siendo aún muy pequeño, por ello, para su crianza y educación, su madre decidió recurrir a la piedad de la orden católica de los salesianos, conocidos por su asistencia a los pobres. Como resultado directo de su formación sacra, a los trece años se encarrila rumbo al sacerdocio. Siendo aún joven tuvo un estrecho trato con los Ti Legliz, religiosos cuyo ideal y cuya actuación, fuertemente apegados a aquellos de la Teología de la Liberación, lo influenciaron para siempre. A finales de los 70 tuvo la oportunidad de conducir un programa radiofónico, medio que aprovechó para propagar su crítica contra el último de los Duvalier, el dictador «Baby Doc». En su programa denunció continuamente las tropelías del brazo armado de éste, conformado por los Voluntarios para la Seguridad Nacional o Leopardos (similares a los temidos Tonton Macoute de su padre). Eran los primeros pasos del religioso como opositor político.

Sus tutores al reconocer la insaciable hambre de conocimiento de su pupilo, se las arreglaron para que continuara sus estudios en el extranjero, teniendo la buena fortuna de asistir a cursos en lugares remotos como Europa y Medio Oriente. Por su dedicación y sus múltiples viajes aprendió a hablar varios idiomas —español, inglés, hebreo, italiano, alemán y portugués—, de su natal Haití obtuvo tanto el creolé, idioma de los humildes, como el francés, preferido por los «distinguidos». Acerca de la jornada educativa referida también se maneja la versión de que fue un ardid de la alta jerarquía eclesiástica para sacar al ministro del medio y así interrumpir sus protestas [2].

Ya de regreso en Haití (en 1985), la orden lo puso a cargo de una parroquia en la densa comarca de La Saline. Sus singulares sermones lo popularizaron, cada vez más personas se sumaban a su feligresía, que tal vez descubrían en la voz del padre una alegoría de lo que sería la propia si no fuera enmudecida por el terrorismo de Estado. Pronto la celebridad del padre Aristide, conocido también como Titid o Titide («pequeño Aristide» en creolé) [1], traspasó los lindes de su paraje y abarcó la nación entera. Sus palabras, frutos de su pensamiento, pasaban a pastorear sus acciones, ejemplar en este tenor fue su esfuerzo para fundar un orfanato que cobijara a los niños sin hogar.

Sus discursos de protesta, su continuo llamamiento a la manifestación y la resistencia pacíficos… bien pudieron tener el peso suficiente para coadyuvar a la exacerbación popular, que luego se convertiría en recia sublevación. En 1986, la insurrección triunfó y Jean-Claude Duvalier, dejado al fin por EEUU, se vio orillado a huir al extranjero. Ni con esta caída el discurso del padre Aristide cambió de tono pues la corte militar encumbrada, el general Henri Namphy al mando, tenía un reconocido jaez duvalierista. El alto mando eclesiástico hizo otro intento por frenar el activismo de su subordinado, quisieron trasladarlo a un jurisdicción mucho menos populosa, empero su esfuerzo trabajó al cabo en sentido opuesto; los fieles a Aristide, al saber de los planes para remover a su párroco, llegaron al extremo de convocar a una huelga de hambre. En consecuencia los jerarcas católicos echaron para atrás sus planes y el padre volvió a tomar control de su parroquia con el espíritu fortalecido.

El liderazgo del pastor, peligroso al autoritarismo, lo convirtió en blanco de varios atentados. Uno aconteció en 1987. El vehículo en que viajaba fue incendiado mas logró salir ileso. El ataque más infame aconteció el 11 de septiembre de 1988. Un grupo de hombres armados tomó la parroquia a la hora de la misa. El sacerdote nuevamente salió ileso mas su feligresía no corrió con la misma suerte: 13 personas murieron y alrededor de 70 más resultaron heridas [3]. A la tragedia le sucedió una oleada de indignación alejada del pacifismo pregonado por Aristide. La Iglesia, escandalizada, envió a Aristide un documento en el que le pedían que se mudara a Canadá; aun acorralado por sus superiores, el padre no cedió. La autoridad católica, aunque no execraron al padre, sabedora el apoyo popular que lo favorecía, le revocaron sus garantías sacerdotales, lo que le impediría volver a profesar el sacerdocio. El padre tenía algunas cartas por jugar antes que sujetarse al inflexible mandato, mas vislumbró las ventajas que la situación podía traerle y obedeció. De tal manera se vio libertado de sus responsabilidades para la Iglesia y pudo participar de lleno en al activismo social e, inclusive, en actividades políticas.

En el renovado camino continuó con su oposición y crítica a la tiranía, esta vez representada por quien había tomado el poder tras la caída de Namphy, el también militar Prosper Avril. Tras la caída de éste, la sucesión castrense no se vio suspendida, el general Hérard Abraham vino a tomar las riendas de la nación.

En 1990 la presidenta interina Ertha Pascal-Trouillot convocó a elecciones presidenciales, las primeras libres desde 1804, y a Aristide se le ofreció la candidatura de una amalgama de fuerzas izquierdistas denominada Lavalas, la que aceptó. Arrasó en la contienda con cerca del 67% de los votos [3]. Su administración benefició a las masas con una serie de iniciativas para alfabetizar a los adultos, erradicar la corrupción gubernamental y defender los derechos humanos. Desde un mes antes de su toma de poder comenzaron las intentonas de derrocamiento por parte de los conservadores. La primera fue dirigida por Roger Lafontant, quien fuera jefe de las temibles fuerzas represivas de Duvalier hijo. Esta iniciativa de golpe y varias posteriores pudieron ser atajadas por los militares leales al gobierno electo. El sacerdote y político, una vez consolidado en la presidencia, disminuyó su retórica izquierdista y se avino a reconciliarse con la hegemonía, principalmente con EEUU y Francia. Se propuso obtener el soporte de esas naciones poderosas para paliar la miseria prevaleciente en todo el país. Bastaba echar un vistazo a las estadísticas para vislumbrar la deplorable situación: la esperanza de vida era de 56 años, la mortalidad infantil yacía en casi 1 de cada 10 niños, el analfabetismo de los adultos era de cerca del 53% y el PIB anual per cápita era apenas de 400 dólares estadounidenses [3]. Los organismos internacionales de crédito —llámense Fondo Monetario Internacional (FMI) o Banco Interamericano de Desarrollo (BID)— respondieron positivamente a las peticiones de ayuda y las inversiones conseguidas empezaron a rendir frutos. La oligarquía, que vio con horror la posible remoción de las prebendas otorgadas por los corruptos regímenes anteriores, comenzó a trabajar contra el gobierno «populista» de Aristide. Cundían rumores de que otro golpe de Estado estaba caldeándose…

Manifestación en apoyo a Aristide

Manifestación en apoyo a Aristide (fig.2)

Algunas fuerzas del orden se amotinaron, varios rebeldes fueron aprendidos; los opositores alcanzaron su cometido ocho meses después: un golpe de Estado, dirigido por el general Raoul Cedras, salió del núcleo mismo del Estado Mayor y defenestró a Aristide. Treinta personas murieron en el asalto [3]. Bajo la coacción de los golpistas el presidente destituido tomó un avión con irrevocable destino a un exilio de tres años. Consumado el golpe, los perpetradores impusieron como presidente al juez Joseph Nérette. Los países que simpatizaron con el gobierno de Aristide remarcaron la calaña dictatorial del gobierno autoimpuesto y exigieron la restitución de la depuesta presidencia democrática. En una suerte de ironía, El Vaticano fue la única entidad que reconoció al gobierno asaltante [2] (en detrimento de —quizás— el único sacerdote jefe de Estado); en cambio, organizaciones como la OEA pasaron de la condena a la acción y se avinieron a un embargo comercial, EEUU hizo su parte y congeló dentro de su jurisdicción cuentas y bienes de millonarios haitianos. Aristide conminó a sus connacionales a resistirse hasta las últimas consecuencias… pero siempre de manera pacífica; en contraste, las reacciones del gobierno espurio estuvieron alejadas de cualquier pacifismo: menudearon los asesinatos con trasfondo político, así como las represiones violentas a cualquier manifestación. El gobierno ya no pudo sostenerse a la fuerza por más tiempo. En febrero de 1993 no tuvo más que resignarse a admitir la intervención de fuerzas multinacionales de paz. Una semana después parecía que los poderes presidenciales regresaban a su genuino dueño…, no obstante, se comprobó que no era aquello más que una simulación, al captarse que las condiciones de negociación eran inaceptables, entre ellas, la imposición de un Primer Ministro y de un militar supremo validados por el gobierno en retirada. La ONU, al verse engañado, decretó más embargos, su acumulación devino en el empeoramiento de la crisis, la que, según Aristide, vendría a afectar sólo a los pudientes, puesto que los pobres no iban a extrañar lo que les era imposible adquirir aun cuando abundara. El gobierno espurio cedió por fin y en agosto un representante neutral se sentó, con la venia de Aristide, en el sillón presidencial. Los embargos fueron levantados y una nueva misión de paz se aprestó a desembarcar en la isla. Con el tiempo, la violencia desatada en Haití demostró que difícilmente iba a solventarse la crisis por medios pacíficos, tal horizonte gris, oscurecido aún en mayor grado por la burla del gobierno de Haití a los últimos acuerdos internacionales, derivó en la restitución de los bloqueos y el endurecimiento de la postura internacional, como ejemplo, EEUU bloqueó militarmente los mares de Haití. Recrudecida la situación, la trama desembocó en un evento sin precedentes, por primera vez la ONU echaría mano de fuerzas armadas para disolver un régimen golpista, también por primera vez EEUU se disponía a atacar a un gobierno alineado al «American way» para, en contra de sus políticas, favorecer a otro que de alguna manera era percibido como de oposición (o de menos alternativo). En este tenor pudo influir el entonces reciente cierre del escabroso capítulo de la Guerra Fría.

En septiembre comenzó la intervención, que no encontró demasiada resistencia pues el gobierno haitiano se había apresurado a negociar con la potencia norteamericana. Muchos de los líderes golpistas fueron destituidos y huyeron a refugiarse fuera de las fronteras. Aristide volvió a su madre patria el 15 de octubre de 1994, en compañía de un séquito de la cúpula estadounidense. Hubo demostraciones de alegría por parte del pueblo.

En noviembre, restituido Aristide en la presidencia solicitó a El Vaticano su liberación de sus obligaciones sacerdotales, deseo que se le concedió, al fin que tal escisión era algo que también deseaba la alta jerarquía católica. En esas mismas fechas un primo del presidente, que era funcionario y político también, fue asesinado a manos de un grupo armado. En el funeral, obcecado por el dolor el ex sacerdote dio un discurso en el que llamaba a sus fieles a fincar la justicia que la coalición multinacional había fracasado en hacer. Se dio entonces la toma de varias ricas residencias, hubo víctimas en los asaltos.

Probablemente como retribución a las potencias de las que había recibido tanto apoyo, los pasos del presidente comenzaron a tomar distancia del izquierdismo; dio lugar a las privatizaciones y contrajo deudas con organismos impositivos del libre mercadeo (como el FMI). Esas acciones cobraron una cuota política cuando algunos de sus aliados comenzaron a trabajar en su contra.

Aristide y su gabinete se las arreglaron para soslayar la adversidad y alcanzaron las postrimerías de su periodo de gobierno.

Diez años después, el otrora evangelizador volvió a postularse como candidato a la presidencia; en esta ocasión sus posibles contendientes boicotearon las elecciones pues las consideraron fraudulentas; de tal suerte Aristide se presentó en solitario; el consenso internacional hizo eco del reclamo de fraude e ilegalidad; luego la hegemonía decidió interrumpir su apoyo financiero a Haití hasta que no demostrara su adherencia a los principios de democracia. Ello no fue más que el inicio del declive… Resurgieron las intentonas de golpe de Estado, esta ocasión las sociedades de naciones no movieron un dedo para detenerlas. Por ende, la presidencia de Aristide se acercó a gobiernos de extrema izquierda como los regidos por Fidel Castro y Hugo Chávez, actuar que aumentó la animadversión de la hegemonía global y zanjó la popularidad gubernamental entre los sectores moderados de la población.

Los estallidos llegaron a su ápice el 1 de enero de 2004, en plenas celebraciones del bicentenario de la independencia de Haití. Ocurrieron manifestaciones multitudinarias que exigían la renuncia del presidente; las protestas no cesaron ni al correr de los días; la capital se tiñó de sangre, los muertos se contaron por decenas; acaecieron matanzas como la de Sciere. Grupos armados sin una afiliación política evidente comenzaron a tomar el control de los barrios. La anarquía reinante y la creciente oposición terminaron por poner a Aristide y a su gabinete entre la espada y la pared. Irremediablemente, tal como se columbraba desde semanas antes, el régimen cayó. De acuerdo a la versión de las izquierdas, el episodio fue el resultado de un complot realizado por una colusión de conservadores haitianos y potencias extranjeras neoliberales. La versión de los conservadores alude el fracaso a la incompetencia de la administración aristidista. Comoquiera, el sacerdote que varias décadas antes había instigado a las masas a rebelarse, ahora era destituido por una insurrección.

Quien tomara el relevo, Boniface Alexandre, pidió ayuda a Naciones Unidas para sustentar la paz, el apoyo de la organización no se hizo esperar y una misión de fuerzas internacionales llegó al país. Esa fuerza, transformada en la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah), después de siete años sigue teniendo injerencia en el país antillano. La descompostura de la misión ha causado prejuicio a los nativos, inclusive amilanando el desarrollo del país [4].

Jean-Bertrand Aristide hoy en día vive exiliado en Sudáfrica, desde donde expresa su deseo de regresar a su patria [5].

Notas y fuentes:

  1. Jean-Bertrand Aristide —Wikipedia; RitmoDominicano.com: http://www.ritmodominicano.com/wiki.php?title=Jean_Bertrand_Aristide
  2. Jean-Bertrand Aristide —Biografías y Vidas: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/a/aristide.htm
  3. Jean-Bertrand Aristide —CIDOB: http://www.cidob.org/es/documentacio/biografias_lideres_politicos/america_central_y_caribe/haiti/jean_bertrand_aristide
  4. Abusar del más débil —Yo, Deshollinador: http://deshollinador.wordpress.com/2009/11/01/abusar-del-mas-debil/
  5. El ex presidente Aristide también quiere regresar a Haití —EuropaPress; ElEconomista.es: http://ecodiario.eleconomista.es/latinoamerica/noticias/2756537/01/11/-El-ex-presidente-Aristide-tambien-quiere-regresar-a-Haiti.html

Imágenes:

  1. Jean-Bertrand Aristide —mounovert; Flickr: http://www.flickr.com/photos/79283917@N00/79331604/
  2. The people want Aristide to stay 5 more years“ —”Haiti, a Failed State or a US Coup de’tat?“; The Tribal Messenger: http://www.tribalmessenger.org/haiti/haiti-images.htm

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