Revista Talentos

El sacramento de la confesión…capilar!!!

Publicado el 29 marzo 2011 por Puramariacreatriva

EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN…CAPILAR!!!

 

NORBERT OROBITG, MI CONFESOR…CAPILAR

Ya imagino que leer el título de la entrada de hoy os habrá dejado, a más de uno y una, con cierta desazón: eva…¿convertida? ¿Reconvertida? ¿Recién ingresada en una secta? ¿Dejándose confesar? ¿Largando a alguien, distinto del espejo, alguno de sus pecados o secretos? Me temo que no, que no anda por ahí la cosa, aunque…

Hace tan solo 10 minutos que he regresado de la pelu. Iba pensando, casi de modo simultáneo a la realización de ciertos movimientos de cuello y estiramientos cervicales, que poco tienen que ver con mis clases de Pilates, destinados a mirarme, con disimulo, eso sí, en todos y cada uno de los escaparates que encontraba a mi paso…iba pensando en que la pelu tiene algo muy similar a ese lugar, que apenas recuerdo, de la iglesia en el que, tras una reja de madera, un alguien-+dote, un sacer-dote, te escucha…

La pelu, ahora llamada centro de estilismo bien pudiera ser una versión moderna del confesionario y, ya puestos, sería un buen momento, a mis –titantos años, para disponerme a desvelar uno de mis secretos, quizás el menos secreto de ellos, pero secreto, al fin y al cabo. Se trata de él, un hombre con el que mantengo la relación más sólida y duradera que jamás he mantenido. Nos unen 17 años, que se dice pronto y, excepto en los primeros, no ha habido casi discusiones ni diferencias, porque, esencialmente él es el que manda, me tiene cogida” por los pelos”. La relación tiene un morbo añadido: es “mi confesor” y eso, aunque no lleve puesto una sotana, le da a cada encuentro un aire de intríngulis y una atractivo especial. Ese él es mi peluquero, Norbert Orobitg.

-Ni se te ocurra ir al gimnasio, Candela, esta mañana o te mato.

La frase me la decía mientras hacía un acto que es la rutina final de nuestros encuentros, que son bastante públicos, por cierto, ya que el salón Llongueras siempre está lleno de evas y adanes que aguardan el milagro, no de Lourdes, sino de los estilistas: juguetea con un espejo pequeño, lo desplaza a un lado y a otro de mi nuca, por la espalda y sin traición, mientras me dice dos sílabas mágicas: MI-RA. Y yo, como una pava, le obedezco, miro, dejo caer la mandíbula, pongo cara de Heidi y le digo: me-en-can-ta-y-¿no-pue-des-es-ca-yo-lar-me-el-pei-na-do-pa-ra-que-me-du-re?

Algo deben añadirle a la laca o el abrillantador de cabello o al sellador de puntas, los peluqueros, que nos hace desatar la lengua evística nada más nos colocan esa especie de montera toreara en miniatura, un “peinador”, como le llamaba mi abuela Candelaria, sobre los hombros. En realidad, ellos cogen las tijeras, te ponen unos deditos en la coronilla y te hace girar la cabeza, un poco, con suavidad…yo creo que simulan estar pensando qué peinado van a hacerte, pero, en realidad, ya tienen claro, aún antes de verte llegar, qué corte van a realizarte, te pongas como te pongas. Podría decirse que son los adanes con más “escuela de marketing” para tratar con las evas, sin casi decir ni “mú”, se salen con la suya y, encima, te hacen sentir como una QUEEN! Hoy tocaba recolorar esa mecha mía lateral, que más que mía es suya porque fue él, sin consultarme, el que un día me dijo: “Candela, hoy voy a hacerte algo especial”. Mi reacción: un subidón calorífico que, tal y como están las cosas en la actualidad, se podría haber aprovechado para poner en marcha, de manera mucho menos nociva, una central nuclear. “Jolín, pensé, ¿aquí, en medio del salón?” No os descojonéis, por aquel entonces yo tenía una decena larga menos de añitos…”Cierra los ojos”, me aconsejó. Y los cerré, dispuesta a sentir mi cuerpo girar sobre la silla con ruedecitas…Lo que giró fueron las tijeras. Al cabo de unos minutos, me invitó a abrir los ojos y…apareció una “yo” con una greña rubia, mechas irregulares es el término “científico”, lateral que se levantaba sobre ella misma y que, si Newton la hubiese visto, habría sido considerada como la prueba fehaciente de que hay objetos, extraños, eso sí, que desafían la ley de la gravedad.

Como os decía, algo, alguna sustancia extraña, cuya fórmula ha debido pasar de generación en generación, en el más hermético de los secretos, es la que añaden al tinte, la gomina, el gloss capilar…porque nada más nos sentamos y nos colocan la “montera peinaril”, la boca parece la del muñeco que se mueve bajo las ordenes del ventríloquo. A él, a ellos, a los peluqueros, estilistas o sacerdotes-capilares, les basta un ¿cómo va todo? Para que eva, yo, destape las páginas de su diario y comience a largar. Ellos mueven las tijeras, nosotras la lengua y el alma, porque llegamos a contarles más, mucho más de lo que contamos a las amigas más íntimas. Él, ellos, los sacerdotes del tinte, no nos hacen besarles la estola pero nos “sacan” todo lo que guardamos en el interior, en una especie de “confesión express inducida”. Siempre comenzamos con lo más risueño, pero si se tercia, les contamos las penas y penillas e incluso, y esto es lo más chocante y lo que les diferencia y les separa, en positivo, de psicólogos y curas, les describimos, con “pelos” y señales, nuestras más secretas intenciones: “pues que no se crea que yo voy a estar así toda la vida…le estoy preparando una…” (oído en boca de una clienta, sentada una vez junto a mi silla, que destripaba a un Adán con cierta tendencia taurina, vamos, un “apasionado” de salir del “hogar-toril” y “poner cuernos” a “diestra y siniestra”); “qué va…eso es porque siempre lleva tacones, si tú la hubieses visto, como yo, cuando fuimos de excursión a la montaña…una albóndiga…una albóndiga…y no mide más que el hijo pequeño de Torrebruno, te lo digo yo” (escuchado de otra vecina de silla, mientras yo desafiaba la posición de “sin-cúbito sentada” para, entre la algarabía ronroneante del secador de 2400Wts, esgrimido artísticamente por Norbert, intentar enterarme del final de la parrafada que estaba soltando sobre su excuñada); “¿qué no se le caen? Pues será que las tiene de cemento…vamos…ni harta de vino…pero, esa tía cree que nos entaña?…si-li-co-na, Norbert, si-li-co-na” (escuchado a una clienta que, con gestos nada disimulados, se tocaba el pecho, mientras se refería a “su mejor amiga”)…

Algo tiene la laca…alguna sustancia, similar a la que la CIA debe usar para hacer “cantar” a los “dobles espías”, para que él, los peluqueros, nos escuchen (o lo parezcan) porque…me la juego…a ver…¿qué Adán, por muy novio, marido, amigo-amante o familiar, que sea, aguanta a una eva desvelando intimidades una hora y mantiene, en un acto que duplica su heroicidad, una sonrisa profident en la boca? ¡A ver! ¡A ver! Y el “efecto laca” se extiende sospechosamente a otro factor…porque…no sé si habréis reparado que él, ellos, los peluqueros, los estilistas, para llamarles con más glamour, son los únicos adanes que pasean sus partes, sus muslos, sus manos y sus “todo” por tu espalda, tu nuca, mientras se apoyan para cortarte una mecha aquí y otra allá y, EXTRAÑAMENTE, no consiguen en eva una excitación que pase del 1 en la escala Richter del calentamiento terremótico carnal. Me consta, y eso lo siento por Norbert, que cuando mi chico hace uno de los 100 movimientos que os estaba intentando describir, la aguja de mi “medidor terremótico” se hace trizas y …

Así que él, ellos, los estilistas, se dejan hacer como confesores, nos escuchan. Nosotras debemos pensar, inconscientemente, que al cabo de unos tres meses (lo que yo tardo en regresar para que me re-toque, en el sentido capilar únicamente, eh!) Adán-peluquero ha perdido por completo la memoria y claro, con un adán tendente a la amnesia, que no tiene tiempo, al estar centrado en mover la tijera y el secador, en enjuiciarte y recriminarte por ser tan…o tan…, pues con un Adán así…la lengua se suelta como se soltaban la melena y los foulards de TELMA y LOUISSE…

Bien es verdad que los confesores de verdad, los de sotana, además de frotarse las manos cuando nos escuchan los pecados, los muy morbosos, nos ponen una penitencia y los “sacerdotes capilares” no…nos cobran, es verdad, pero no es una sesión de terapia muy cara, si lo pensáis bien..tengo amigas, requetecasadas, es decir, casadas por un periodo tan largo que se acerca a la fecha de consumo preferente y hasta a la de caducidad, que pagarían a sus respectivos adanes hasta 4 veces lo que pagan a su peluquero para que dejasen el mando de la tele y les escuchasen, al menos, lo que dura un tinte…

Y lo más estupendo…al salir de la pelu, siempre te encuentras con un “amigo”, “amiga” o “conocido/conocida” que, si hay suerte y percibe que te acabas de pasar por el “confesionario piloso”, te suelta aquello de “ay, estás genial, qué guapa te han dejado…ese corte está chulísimo…es que ya lo llevabas demasiado largo y te faltaba color…” y tú te muerdes la lengua (una suerte no ser alacrán, porque la eutanasia sería inevitable) por no decirle, con más o menos virulencia, según te encuentres hormonal o emocionalmente: ¿¿¿ por qué narices no me habías dicho que estaba horrible, monstruo, y me has permitido estar fea todo este tiempo, joder??? Si parecía la duquesa de alba, joder, ¿por qué te callabas? ¿y tú eres mi amiga????

En fin…pues eso, que el hombre con el que más tiempo llevo sin discutir (y sin que me insinue pasar por el altar, otro gran mérito), mi peluquero, Norbert Orobitg, me acaba de tunear el cabello y la verdad…me veo bastante bien, amén de aliviada, (y valga lo de amén) porque he soltado todo el veneno y las alegrías y penillas que me rondaban antes de pasar por su “confesionario capilar”…

 


 


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