En los últimos tiempos ando encerrado. Trabajo y leo. Descubro y corrijo. Me resulta magnífico encontrar las fuentes del engaño, la verdad del fracaso.
La lectura es el síntoma de la justificación, es por ello que admiro cuanto leo. Un puñado pequeño de autores y obras seleccionadas. La misma naturaleza en su esplendor.
He aprendido a tachar de mi lista otros nombres (ya van quedando menos). La ética y la estética son hechos evidentes.
Un poeta feliz se alegraba porque un no poeta le había pedido unos versos inéditos para su nueva revista. Deseé enhorabuena y sentí pena. ¡Ignorantes! ¡Efímeros!
Deseo el bien a todos, no pretendo ignorar aquello que no existe, simplemente descubro que no son, y aquello que no es no precisa de ninguna justificación. Soy feliz en silencio, en soledad, sin máscaras. Soy hombre y con ello dejo de mostrar las miserias y los recuerdos.
Sigo saludando a todas aquellas personas que sonríen por la calle, y con ellas tengo bastante. Los tristes al paredón. Y los que se conforman con manifestar que fueron una vez no me importan, los evito.
No llueve, el calor sofocante remite. Intento dar un salto muy grande pero me quedo a medias. Solo sirve el intento. Ni respondo al teléfono ni hago caso a las felicitaciones, salto. Hago el intento. Pero el salto es muy amplio.