Revista Diario

El santo al cielo

Publicado el 27 septiembre 2014 por Rocío @catpeoplees

Yo leyendo mientras pingüino se duerme: se me fue el santo al cielo

Teresa tenía el pelo blanco y no debía medir más de un metro treinta. Caminaba entre los pupitres, apartando de su camino mochilas y carpetas, y nos separaba uno a uno para tenernos más controlados.

Recuerdo a Teresa porque fue mi profesora de lengua en 3º de EGB, pero sobre todo porque fue la primera persona que me hizo tomar conciencia de que yo era una persona lenta. Yo hasta entonces sólo pensaba que las cosas debían hacerse bien, pero ella me decía: Rocío hay que hacerlas también rápido.

Uno aprende de sus maestros y del mundo y a veces no se cuestiona las cosas.

Esta frase sobre las cosas bien y rápidas ha venido a mi cabeza con bastante frecuencia y más aún en aquellos momentos en los que intentaba hacer las cosas con criterio pero no llegaba a tiempo.

Y me da un poco de miedo, porque mi intuición lucha contra esta idea de que lo rápido es lo principal frente a lo bueno; contra el hecho de que si lo bueno llega tarde pierde su valor.

En la naturaleza no se puede plantar una semilla y recoger al día siguiente sus frutos. 

La rapidez y los libros

Hablo con mi padre que es editor de una pequeña editorial en quiebra y me dice:

La gente ya no lee. La crisis que nos viene no es sólo respecto a un cambio de medio. No se trata del paso del papel a lo digital. Para leer hace falta tranquilidad y tiempo, y hoy en día la lectura, que necesita de una continuidad, se ha convertido un acto intermitente.

Internet, el móvil, las tablets, las redes sociales con su comunicación permanente hace que no tengamos un momento en el que podamos estar aislados y esto es fundamental si uno quiere, por ejemplo, leer un libro. Y es cierto en parte porque los libros son también un material lento. En la era de la comida rápida, la alta velocidad y las campañas para ayer, parece que ser lento es un handicap.

Pero con la pérdida de la lectura como hábito tendemos a perder también capacidad crítica. Por eso hace unas semanas que volví a cambiar el móvil por los libros antes de dormir.

Está claro que esta preocupación por el futuro de los libros no es nueva; son muchas las novelas en las que se habla de la muerte o quema de los libros. Aparece en el Quijote, pero también en otras obras más contemporáneas. También ha ocurrido a lo largo de la historia.

En la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 los bomberos, por orden del gobierno, queman los libros porque generan angustia e impiden ser feliz. Los libros hacen que los hombres empiecen a ser diferentes cuando deben ser todos iguales para que no sean críticos y puedan ser más productivos.

Me pregunto si no hacemos mal con tanta rapidez, con la búsqueda inmediata de resultados; si no dejamos de lado que lo importante son los procesos que nos hacen crecer y el camino a través del cual cada uno busca el sentido a su existencia.

Hay una frase de Wesley Erwin Henderson que dice que el verdadero significado de la vida está en plantar árboles sabiendo que serán otros los que se beneficiará con su sombra (visto aquí). Y me gusta esta frase porque habla de ir haciendo, sembrando y aportando con pequeños gestos para hacer del mundo un lugar más agradable, no sólo para tí sino pensando en los que vendrán después.

Y para mí la vida es un poco ésto: ir haciendo cada uno a nuestro ritmo. Porque no, no está mal dejar que, de vez en cuando, se nos vaya el santo al cielo.

Yo leyendo mientras pingüino se duerme: se me fue el santo al cielo


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