Revista Literatura

El sargento apone. un fichaje para letratlantica

Publicado el 01 septiembre 2010 por Carmen

Como tenía por costumbre, el sargento se despertó antes del amanecer.
Al incorporarse, su espalda, más maltrecha de lo que el viejo soldado siempre había querido admitir, crujió con un sonido similar al producido por el mástil de madera de un barco a punto de partirse.
Sentado en la cama, sus ojos cansados aún tardaron un par de segundos en percibir de nuevo el mundo con la suficiente nitidez como para moverse por la estancia sin tropezar con nada.
Después de que le sobreviniera un corto pero violento ataque de tos, el sargento se calzó sus zapatillas de felpa, se colocó su vieja y descolorida gorra de los Marines Coloniales y se levantó.
El soldado caminó unos pocos pasos y se acercó a la deslucida mesa de madera que presidía la estancia. Una vieja silla, un renqueante frigorífico y un tocadiscos que había conocido tiempos mejores eran junto con la cama el único mobiliario de la habitación. Habitación que por otra parte ocupaba toda la extensión de la vivienda, una pequeña y pérdida cabaña en medio de las interminables Everglades.
La cabaña no disponía de cuarto de baño. Una estrecha caseta de madera con techo de chapa en la parte de atrás hacía las veces de cagadero y un biombo de lona y una manguera colgada de un poste oxidado de ducha. El agua helada era extraída de un pozo gracias al trabajo de un pequeño generador de gasolina que siempre parecía a punto de salir ardiendo.
Sobre la mesa se encontraban las sobras de la espartana cena de la noche anterior, un puñado de periódicos atrasados y un deslucido cenicero de cristal. El sargento agarró el habano a medio fumar que aún descansaba sobre el y se lo llevo a los agrietados labios.
“Sargento, cogerá cáncer de labios fumando eso…” recordó con una melancólica sonrisa. La frase se la había dicho uno de sus muchachos a bordo de la Sulaco, poco antes de comenzar su última misión en activo.
Aspiró una larga bocanada y luego exhaló el humo en dirección al techo.
El molesto timbre del teléfono por satélite le arrancó violentamente de sus ensoñaciones. Tras unos segundos contemplando en el display del aparato el número que parpadeaba se decidió a contestar. Una llamada del Alto Mando sólo podía significar que tendría que abandonar forzosamente su tan merecidamente ganado retiro.
- Apone al habla - Contestó.- Sargento - Replicó una voz masculina al otro lado del país - Tenemos un pequeño trabajo para usted.
El viejo sargento arrugó la cara con disgusto. Sujetó el habano con la otra mano y con un bufido escupió los pequeños trozos de tabaco que se le habían quedado pegados en los labios.
- ¿Sargento?- Sigo aquí - Contestó tras un eterno segundo.- ¿Está interesado?- ¿Acaso puedo decir que no? - Replicó con enfado el soldado.- Bueno… Supongo que no - Contestó dubitativa la voz al otro lado del teléfono. - ¿Cuáles son los detalles? ¿Otra “Cacería de bichos”?.- No, no - Intentó tranquilizarlo su interlocutor - Nada de eso. El Alto Mando quiere que colabore con una organización civil.- ¿Organización civil? - Interrogó el viejo soldado.- Si. Escribiendo reseñas literarias.-  ¿Reseñas literarias? - Exclamó el sargento - ¿Es que acaso se habían vuelto todos locos? Quizás lo mejor hubiese sido haber dejado el pellejo en aquella puta roca espacial…

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