Revista Literatura
Ha llegado el momento de continuar el relato (si alguno ha perdido el hilo puede ver la parte anterior aquí) pero antes de nada, vaya por adelantado mi agradecimiento a quienes han participado eligiendo una de las diferentes formas en las que podía proseguir. La que contó con más apoyo fue la opción B que, si lo recordáis, era en la que el hombre, tras recibir aquella misteriosa nota, decidía finalmente no prestarle más atención y seguir con su vida pero pronto aprenderá que cuando el destino pone sus ojos sobre ti para que cumplas una determinada tarea, no hay escapatoria posible...
Los primeros rayos del sol iluminaban el cielo cuando, llegando a la puerta de su vieja casa situada en una de las zonas más humildes de la ciudad, tomó la decisión de olvidar aquel encuentro, dejando caer al suelo el papel que había sostenido en su mano durante todo el trayecto desde la taberna hasta allí. Absorto en sus pensamientos, en ningún momento se percató de que le había seguido una pareja de guardias que, poco antes, también habían observado a la misteriosa figura vestida de negro. Viendo una posible relación entre ambos, uno de ellos se agachó y cogió del suelo el papel arrugado, leyendo lo que en él estaba escrito y llegando a una clara conclusión...
-Los ladrones siguen haciendo de las suyas, esta vez reclutando nuevos miembros... -dijo.
-Habrá que informar al oficial para que nos diga qué hemos de hacer al respecto -comentó su compañero.
-No hay tiempo -replicó el primero. -Si esperamos órdenes podría escapar, es mejor que entremos ahora y lo arrestemos. Seguro que, con este papel como prueba, nos ganaremos una buena recompensa. Tal vez incluso un ascenso.
No tardaron en echar la puerta abajo de una patada y acceder al interior de la casa en busca de aquel hombre que, tras una larga noche, había caído rendido sobre su cama y no se enteró de nada hasta que, tras ser hallado, experimentó el que fue el peor despertar que había vivido en toda su vida...
-¿Qué... qué pasa? -balbuceó.
-¡Arriba, escoria! -le gritó uno de los guardias mientras tiraba de él para ponerlo en pie. -¡Quedas arrestado!
-Pero... ¿qué falta he cometido? -les preguntó al tiempo de ser sacado a empujones de la vivienda. - ¡No podéis hacer esto! -gritó.
-¡Guárdate la explicaciones para nuestro oficial! - exclamó el otro guardia tras cogerlo de un brazo y llevárselo ante la atónita mirada de algunos ciudadanos próximos.
Así fue llevado casi a rastras hasta una torre de planta cuadrada, situada junto a la muralla sur. Al entrar y preguntar por el oficial, los dos guardias se dirigieron a una pequeña habitación al fondo de la estancia. Allí el oficial al mando, hombre corpulento, de escaso cabello y mirada fría y dura, los hizo pasar.
-¿Qué delito ha cometido? -les preguntó.
-Es un ladrón -respondió con firmeza uno de los guardias.
-¡Es mentira! -exclamó aterrado el hombre. -¡Jamás he robado en mi vida, lo juro!
-No parece a primera vista un ladrón... -sopesó el oficial. -Imagino que tendréis pruebas de sus fechorías, ¿no es así?
-Bueno... -titubeó el otro guardia. -No lo hemos pillado robando pero anoche le seguimos desde la taberna, en la que al parecer había tenido un encuentro con otra persona y llevaba esto encima... -dijo entregando el papel.
-Todo esto es muy sospechoso... -dijo el oficial. -Será mejor encerrarlo hasta que averigüemos la verdad. Llevadlo a una de las celdas...
-¡No me podéis encerrar! -gritó el hombre. -¡No he hecho nada! ¡Soy inocente!
De nada sirvieron sus ruegos pues minutos después una húmeda celda se convirtió en su nuevo hogar. Desamparado y maldiciendo su mala suerte, se sentó en un largo banco de madera y comenzó a llorar. Resignado, pasó tres días sin apenas moverse y alimentarse. El pan y el agua que le daban los guardias tanto por la mañana como al atardecer se fue acumulando en un rincón donde, llegada la noche, las ratas se darían un banquete. Fue en esa tercera noche, ya bien entrada la madrugada, cuando una inesperada visita vino a perturbar su vida, aún más si cabe...
-Ganeth... Ganeth... -pronunciaba una voz proveniente del exterior que lo hizo levantarse del banco y dirigirse hacia un pequeño ventanuco enrejado.
Al llegar a él, un sentimiento de rabia se apoderó del ahora cautivo Ganeth cuando descubrió que quien le llamaba era la misma figura sombría con la que se topó en la taberna y a la que no tardó en acusar de todo lo que estaba viviendo.
-¿Quién eres? -le preguntó. -¿Cómo sabes mi nombre?¿Por qué has venido a verme? ¿No tienes suficiente con lo que me has hecho? Por tu culpa me han encerrado, quién sabe para cuanto tiempo. Quizá no vuelva a salir de aquí nunca...
-Debiste haber ido al templo como te dije -le respondió la figura. -Tú y solo tú eres el responsable de tus actos. No debes echar la culpa de sus consecuencias a otros como hiciste hace diez años...
-¿Cómo sabes tú eso? Jamás he hablado de ello con nadie. ¿Qué quieres realmente de mí? ¿Has venido acaso a atormentarme?
-He venido a salvarte, Ganeth, pero deberás pagar un precio. Puedo sacarte de aquí y darte una vida nueva si lo deseas. Sin embargo, tendrás antes que comprometerte a hacer un trabajo para mí. Decide pronto, pues no tengo mucho tiempo...
Ganeth se quedó en silencio unos instantes, pensando en la oferta del extraño, pero finalmente su orgullo fue más fuerte y la rechazó a la vez que le pedía que le dejara en paz.
-Yo vivía tranquilo y sin enemistarme con nadie antes de tu llegada. De acuerdo, soy un borracho, ¿y qué? Yo no juzgo a la gente y la gente no me juzga a mí. No necesito ni la compasión ni la ayuda de nadie, y menos la tuya. Lárgate por donde has venido y olvídame. ¡Desaparece para siempre de mi vida, no quiero volver a verte jamás!
La figura guardó silencio y se alejó, perdiéndose en la oscuridad. Ganeth, todavía enojado, volvió a su banco de madera y se tumbó sobre él en busca de un descanso, tanto físico como mental, que hacía mucho tiempo que ansiaba tener.
A la mañana siguiente los acontecimientos darían un giro cuando fue llevado nuevamente ante el oficial de la guardia, el cual ya tenía decidido el castigo que le iba a imponer. De pie y vigilado por otros dos guardias compañeros de quienes le detuvieron días atrás, Ganeth escuchó lo que aquel hombre le decía sin apenas hablar salvo cuando se le preguntaba algo.
-He sabido que te llamas Ganeth. ¿Es ese tu nombre?
-Sí...
-También sé que, hace mucho tiempo, tuviste una merecida fama por tu uso de la espada. Según parece, tus habilidades eran casi legendarias. No obstante te acabó ocurriendo algo que hizo que abandonases todo aquello y te convirtieras en lo que eres ahora, un borracho que malvive haciendo encargos que nadie en su sano juicio aceptaría por tan solo un poco de comida y unas monedas que luego poder gastar en vino y cerveza. Eres patético, casi das nauseas, pero no creo que seas un ladrón porque ya no tienes el valor suficiente. No, el que tenías lo perdiste por lo visto hace diez años, cuando tu hermana desapareció en las montañas de las tierras altas del norte...
-¿Qué castigo tienes preparado para mí? -le preguntó Ganeth, tratando de mostrarse firme ante su destino. -Dilo y acabemos con esto...
-¿Tanta prisa tienes por saber lo que te aguarda? Bien, te complaceré entonces. No vas a morir, si era eso lo que habías imaginado. Ni siquiera te volveré a encerrar. Puesto que no hay pruebas contundentes contra ti, voy a dejarte marchar pero al mediodía deberás abandonar Talbis para siempre. Tienes tiempo hasta entonces para coger cuanto puedas llevar contigo. Mis hombres te acompañarán en todo momento y te escoltarán después hasta la puerta que hay junto a esta torre para que la atravieses y te alejes de aquí sin mirar atrás. Te lo advierto: si alguna vez yo o uno de mis guardias te vemos aquí, serás ejecutado de inmediato. No queremos basura en esta ciudad. Ahora vete...
Ganeth salió de aquella torre convertido en un paria sin hogar, obligado a vagar por el reino en busca de una nueva vida. Tras pisar por última vez la que hasta ahora había sido su casa y llevarse de ella lo poco de valor que conservaba de tiempos pasados, fue conducido a la entrada sur de la ciudad. Ante él se extendían los amplios campos verdes, típicos de aquella zona. Tras unos pasos, la puerta de Talbis se cerró tras él y, nuevamente solo, se preguntó hacia dónde debía marchar. Al oeste no tenía mucho que ver salvo el gran mar que ni los más avezados marineros osaban cruzar pues se contaba que quienes se adentraban en él jamás volvían. Al este se extendía el yermo, rocoso y desolado, habitado por criaturas salvajes. Solo al norte y al sur existían, según creía recordar, núcleos de población civilizada en los que poder integrarse. Lo difícil era saber si dichas comunidades le aceptarían después de lo que le había ocurrido...
Hemos llegado al final de una extensa segunda parte del relato, en el que nuevamente os toca decidir a vosotros qué camino tomará Ganeth. Estas son las opciones que os doy...
Opción A: Ir al norte.
Opción B: Ir al sur.
Opción C: Adentrarse en el yermo.
Como ya sabéis, podéis hacer vuestra elección y reflejarla tanto aquí en el blog como en cualquiera de los otros canales en los que lo comparto. Espero que mi narración os esté entreteniendo y que el periplo de Ganeth, que acaba de comenzar, llegue muy lejos.