No entendía cuál era el sentido de su vida. No encajaba en ningún lugar, se sentía sola, atrapada y las cosas no le iban demasiado bien. Pensaba que al encontrar el amor podría darle algún sentido. En muchas ocasiones pensó en rendirse hasta que un día lo encontró. Experimentó lo que era la felicidad, la sensación de perder la cabeza cada vez que escuchaba su nombre. Su sonrisa le producía más vértigo que las alturas. Le ofreció todo el amor y cariño que llevaba dentro, sin embargo para él no fue suficiente. Un día, de un mes que no deseaba recordar, ese amor se desvaneció, esa persona se alejó de su lado. Desde entonces, a solas con sus pensamientos, entendió dos cosas: La primera fue que la felicidad y el amor no se hallaban en los demás, sino en ella misma. La segunda, y tal vez la más importante, fue que el verdadero sentido de la vida no trataba en intentar descifrarla, sino en vivirla.