Revista Diario

El séptimo cielo

Publicado el 30 enero 2014 por Dolega @blogdedolega

Paraty

Después de un rato deliberando, todos los presentes miraron a la tía Carola, Doña María Carola del Carmen Vergara Celedón para ser exactos y le comunicaron que había sido la elegida por la familia para dar la triste noticia.

Habían llegado a la conclusión de que ella era la persona indicada para decirle a Elvirita que su esposo había muerto en “El séptimo cielo”, famoso prostíbulo fundado por Basten Strenger, un Holandés llegado a aquellas tierras huyendo de las guerras europeas.

Las noticias que tenían era que había muerto feliz, pero eso no evitaba que fuera complicado darle la noticia y la reacción que ella pudiera tener, así que fueron a lo seguro y le encargaron a la Tía Carola la delicada tarea.

Aquella mujer, hermana del patriarca de la familia, era la única garantía de que la ahora viuda, no le metiera candela a la enorme casa estilo colonial con todo el mundo dentro, holandés incluido.

Elvirita no era como las demás mujeres de la ciudad que vivían resignadas a que sus maridos hicieran sus visitas periódicas al “club” como lo llamaban los hombres ó a “la casa de putas” como lo llamaban las mujeres.

Elvirita, para que se hagan una idea, el día que se casó con Mario Antonio, apenas el cura les preguntó lo de la salud y la enfermedad, ella interrumpió al párroco y con voz alta y clara le advirtió al futuro marido, que a partir de ese momento, si veía por el pueblo un chiquillo menor de tres meses con los ojos azules, lo convertiría en un marido sin testículos.-¿Te quedó claro?- apostilló para que no hubiera dudas y a pesar del silencio que se hizo en la iglesia, el novio después de unos segundos de reflexión y tragar grueso, miró al cura que a su vez lo miraba con mucha curiosidad y asintió con la cabeza; ella no tenía idea de genética, pero a la vista estaba que el único hombre de ojos claros en el pueblo era Mario Antonio y por lo tanto, el único posible padre de cualquier criatura que naciera con ojos de color diferente al negro.

Ese era el carácter de Elvirita, así que todos sabían que la noticia la tendría que dar alguien con capacidad de calmar la tormenta que se avecinaba. Además, tendría que ser en un tiempo prudencial porque el juez había prohibido trasladar el cadáver a la única morgue de la zona, situada a más de dos horas a caballo, hasta que la viuda no diera su consentimiento, así que entre todos decidieron colocar al muerto en la cocina de “El Séptimo Cielo” encima de dos barras de hielo de las que se usaban para picar y servir las bebidas, pero el Holandés empezaría a quejarse dentro de muy poco tiempo y exigiría que le dejasen el hielo libre ya que su negocio no tenía sentido si no podía servir bebidas muy frías y muy alcohólicas y no era cosa de ir recortando alrededor del difunto a base de punzón.

La tía Carola se levantó del enorme sillón de mimbre y apoyándose en su bastón de jacarandá, salió del salón hacia el enorme corredor que llevaba a las habitaciones. Iba decidiendo si le daba la noticia a lo suave ó a la brava.

A la mitad del recorrido, empujó una alta puerta de caoba y entró abriéndose paso en la penumbra de la estancia. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, pudo distinguir a Elvirita, debajo de la mosquitera que bajaba del techo y cubría la enorme cama, dormida entre multitud de cojines de seda y tapada con una fina sábana de hilo.

Le dio unos golpecitos con el bastón a la madera del tálamo y soltó un enérgico – Párate Elvirita que tengo noticias.- y así empezó a relatarle que era de dominio público, que los viajes que hacía su querido Mario Antonio a la capital diciendo que era para ir a buscar ganado, en realidad eran para ir a ver a una jamaicana jovencita que tenía unos andares de diosa y una caderas portentosas, que por la zona de oriente había un reguero de muchachitos con unos preciosos ojos azules y ya para remate, que Mario Antonio había pasado las últimas tres noches en “El séptimo cielo” bebiendo, estando con mujeres de hasta de tres en tres, en vez de estar en la finca marcando reses y que había que ir a sacarlo de allí porque estaba muy borracho y el holandés amenazaba con cobrarle un día más de alquiler de habitación.

- ¡Ojalá y se muera ese hijo de la gran puta!- Chilló la joven fuera de sí, sentada en la cama y el grito se escuchó en todas las estancias de la casa.

La Tía Carola se levantó apoyándose en su bastón de jacarandá y salió de la estancia diciendo – Ok, Ponte de negro, que con un poco de suerte, se te han cumplido los deseos y ese desgraciado acaba de caer fulminado.

 


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