“Cada uno de los grupos en que se dividen los géneros y que se componen de individuos que, además de los caracteres genéricos, tienen en común otros caracteres por los cuales se asemejan entre sí y se distinguen de los de las demás especies. La especie se subdivide a veces en variedades o razas”.
No es necesario decir que de esta definición no se extraen conclusiones definitivas, y que, de la lectura del texto, no se deprende más que el hecho de que “clasificar” es una actividad inherente al ser humano, necesaria, “logísticamente”, para el funcionamiento de sus teorías y demás quehaceres intelectuales. La “norma” comúnmente aceptada los dice que dos individuos son de una diferente especie cuando son incapaces de tener descendencia fértil entre sí (ejemplos clave son el burro y la yegua, o el tigre y el león, ambos pueden tener una mula o un “ligre”, sólo que este individuo no será fértil). Existen casos “más dudosos”. El chiguagua y el San Bernardo son “razas” de una misma “especie”... ¡pero difícilmente conseguirá nadie aparearlos! Un caso muy curioso es el que sucede con los dinosaurios.
Sí, efectivamente... debo reconocer que existe una especie de dinosaurio a la que le tengo manía, se trata del Einosaurus. Esta especie de dinosaurio ceratópsido se asemeja al célebre Triceratops, sólo que con un sólo cuerno, no tres, hacía bajo, en vez del pavoroso puñal erecto de su pariente. Recuerdo cómo un día, cuando aún no tenía la decena de años siquiera, mi padre me sorprendió leyendo mi nuevo fascículo de “Dinosaurios”, la célebre colección de Planeta Agostini. La verdad es que, lo que no había conseguido aún en edad sí lo estaba alcanzado en pasión por los dinos, y la legendaria enciclopedia ya comenzaba a aproximarse a los diez tomos. A mi padre se le ocurrió decirme que no podían existir “tantas” especies de dinosaurios, que seguramente algunas estaban inventadas. Como todo dinófilo aficionado ni hice caso de su comentario, pero me acuerdo perfectamente de que, delante mío, en aquel fascículo, estaba el Einosaurus. Su cuerno en forma de garra de Velociraptor me hizo sospechar, fruto de ese “aroma de veracidad” que en esos años de infante, a todos nos irradian nuestros padres.
No fue hasta las postrimerías del pasado año que leí un interesantísimo artículo de mi buen amigo Dinorider, donde se reseña un artículo de National Geographic en el que se hace mención de los 10 descubrimientos paleontológicos más interesantes de 2009. Entre todos ellos me llamó, y mucho, la atención el tercero de ellos: al parecer, un tercio de las especies de dinosaurio que conocemos... ¡jamás existieron! Al leer aquello me vino a la cabeza el “día del Einosaurus” y el comentario de mi padre, “aquel hombre tenía razón...” díjose mi cerebro... A decir verdad, no fue demasiado extraño constatar que el principal implicado en esta farsa es el Tyrannosaurus Rex, ¿quién si no?
Es comúnmente sabido, sobretodo en el “freaki-universo paleontológico” que el Tiranosaurio no fue, de ninguna de las maneras, el dinosaurio carnívoro (terépodo) más grande de todos los tiempos. Tres especies (Giganotosaurus, Carcharodontosaurus y Spinosaurus) le arrebataron este “mérito”, ya hace un tiempo. Quizá, o mejor dicho, sin lugar a dudas, lo menos conocido de esta especie es su “instrumentalización política” por parte de los medios de EEUU, me explico. Aún, hoy en día, en los libros de dinosaurios de divulgación actuales (que no actualizados) se afirma que el Tiranosaurio fue el mayor carnívoro de todos los tiempos (obviando al cachalote actual...) y que, ante todo, vivió en EEUU, y Canadá... Si uno se interesa más por estos seres, se dará cuenta de que el Tiranosaurio tuvo todo una “corte” de parientes de menor tamaño (Daspletosaurus, Albertosaurus...), y, ante todo, primos menores que vivieron “en otros lugares”, véase el Tarbosaurus (gran depredador de las Mongolia y China de finales del Cretáceo).
Investigaciones actuales han demostrado que buena parte de las especies de dinosaurio conocidas, un tercio aproximadamente, no fueron tales, sino individuos jóvenes de las mismas. Así, especies como el Nanotyrannus han tenido la “deshonra” de tener que ser “degradados” a adolescentes especímenes de Tiranosaurio (adiós a las tesis que afirmaban que éstos eran parte de una especie menor, especializada en comerse la carroña de sus “primos” de mayor tamaño).
Especies según conviene. El término “especie” es un convencionalismo, como toda palabra humana. Así pues, si el lenguaje es convención, ¿es todo manipulable? ¿Llega la política, incluso, a estos derroteros? Einosaurus, al parecer, sí resulta ser una especie diferenciada... ¿ven el por qué le tengo manía?
Imágenes: Einosaurus y Nanotyrannus, de http://www005.upp.so-net.ne.jp/JurassicGallery/