Museo del Hombre y la Mar, Península de la Magdalena | Santander
Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción.
Franz Kafka
Por Luis A. López Fotografía (Señor L)