Revista Talentos

El síndrome Daza y otras cuestiones carnavaleras

Publicado el 08 marzo 2014 por Perropuka

El síndrome Daza y otras cuestiones carnavaleras
Carnavalesca nación que combate sus complejos existenciales a punta de baile,  coplas y farra. El que no salta ni vacía la jarra no es boliviano. Una semana de duro bregar con los alcoholes y con los ahorros muy bien reunidos el resto del año para tirarlos en un par de días. Se trabaja para carnavalear. Para estrenar traje de baile y pagar las cuotas a la fraternidad. Para costear el viaje a la Meca del folclore: si no has ido al Carnaval de Oruro al menos una vez en la vida, no sabes de lo que te pierdes o eres un hereje. Yo llevo toda la vida sin visitar a la “Mamita del Socavón” y nunca me he sentido en la necesidad de entrar a su templo de rodillas, como manda la tradición, para que se me cumpla alguno de mis anhelos. Yo llevo anhelando que la Virgen se cargue a todos los carnavaleros y demás fiestacohetillos y hasta ahora no me ha obrado el milagro. Será que soy hombre de poca fe.
Por fin, después de una semana de tanto darle a la matraca y escuchar las insufribles trompetas de hojalata, el jolgorio parece que se va, como agua turbia bajo el puente.  Cuatro días seguidos (sábado, domingo, lunes y martes de carnaval) decretados como feriado son demasiado premio para un país ocioso y secularmente atrasado. Como era de esperar, se multiplicaron los accidentes y los crímenes, se multiplicaron los penes (como diría Maduro) para traer vástagos en tromba e inflar las estadísticas de enfermedades sexuales, a pesar de los preservativos repartidos como confeti por las brigadas de salubridad.
Hoy sábado, me toca sufrir el último estertor de esta abominable enfermedad nacional. Cochabamba para no quedar atrás y no ser menos al carnaval orureño y cruceño, los más famosos y caros del país, se da el gusto de celebrar el Corso de Corsos, un bodrio de espectáculo circense que no tiene ni pies ni cabeza. Pero a quién le puede interesar un collage de danzas folclóricas (la resaca que viene de Oruro), grupos autóctonos, carrozas costumbristas de mal gusto, regimientos militares travestidos de personajes bufos y, para continuar con el disparate, la interminable sucesión de comparsas de Caporales, que cada año se multiplican como las setas, y cuya vista continuada lastima los ojos, a pesar del tamaño reducido de las polleritas de sus bailarinas. Hay que estar ebrio para seguir disfrutando del mismo menú. Y sin referirnos al desorden imperante, los baches de tiempo exasperantes y la gente que hormiguea sin sentido en todo el recorrido. En fin, un auténtico carnaval: caos, descontrol, escasos policías, comerciantes ambulantes, derroche de espuma tóxica, globos de agua y borrachera por doquier. 
A mediados de febrero de 1879, el presidente Hilarión Daza recibió un telegrama donde le informaban que tropas chilenas habían invadido el litoral boliviano. El gobernante prefirió ocultar la noticia a la nación para no interrumpir los festejos del carnaval. Luego ya sabemos lo que pasó. Desde entonces las cosas no han cambiado sustancialmente. Así se caiga el cielo o tiemble la tierra, siempre habrá mucha gente dispuesta a continuar con el jolgorio, aun en medio de la tragedia. Son capaces de pasar sobre los muertos “para que no muera la tradición”, como he oído a menudo a algunos de sus defensores. Y de hecho, el sábado anterior, en Oruro se vino abajo una pasarela atestada de gente, matando a cinco personas y dejando heridas a casi un centenar. Por increíble que parezca la fiesta se interrumpió solo por unas horas, hasta que despejen los hierros retorcidos y limpien la sangre del suelo. Luego, las comparsas restantes pasaron en silencio por el sitio y cuadras más adelante reanudaron sus coreografías al son de sus bandas de músicos. 
Por dios, qué terrible puede ser la estupidez humana: cuatro fallecidos eran integrantes de una banda y además casi anochecía, y ni así los organizadores tuvieron la sensibilidad de parar el acontecimiento. Es más, algunos músicos denunciaron que les amenazaron con procesos judiciales por incumplimiento de contrato y otras acusaciones si se negaban a seguir tocando. Para descarga de los bailarines, estos confesaron que el presidente de la Asociación de Conjuntos Folclóricos (ACFO) los chantajeó que si no seguían con el cronograma, al año siguiente los iban a castigar desplazándolos a los últimos lugares en el orden de entrada o expulsándolos definitivamente. Desde luego, no hubo ninguna autoridad civil con los suficientes pantalones para ordenar el cese de la fiesta, ni mucho menos Evo Morales que llegó en helicóptero hasta su sitio reservado en el palco oficial y estuvo disfrutando de la “majestuosa entrada” por varias horas. Sencillamente pudo haber movilizado al gobernador del departamento, correligionario suyo, pero no lo hizo. Al día siguiente, se reanudó el baile como si nada, aunque un poco más tarde. Como sea, más poder tienen la mafia de la ACFO y los votos futuros para el caudillo. El presidente, como buen orureño no iba a enfadar a sus paisanos. Por otro lado, está claro que los organizadores no estaban dispuestos a perder la inversión así por así.
Hoy, por supuesto que se ha de continuar con la jarana en el valle cochabambino, siguiendo la necia tradición, aun con el recuerdo fresco de la tragedia de hace un mes cuando un cerro sepultó a catorce pobladores de una comunidad pobre a escasos kilómetros de la ciudad. El país ha sufrido innumerables pérdidas en cosechas, animales, casas y vidas humanas y, sin embargo, las festividades no se han interrumpido, salvo en el departamento del Beni, azotado por las peores inundaciones de su historia. En el resto del territorio, las comparsas siguieron con su agenda de actividades y eligieron a sus reinas para que muevan el culo y manden besos a la multitud. Hasta el ejército escoge a su reina para hacernos el patriótico favor. Para no pecar de indiferentes, todo el mundo compró su boleto de solidaridad donando un kilito de arroz para los damnificados. Con eso nos ganamos el derecho a seguir carnavaleando. ¡Y dale, que siga la enfermedad!

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