Muchas son las razones que me han traído hoy aquí a escribir en esta sección, "Cofres cerrados" cuando mi intención no hace mucho era continuar la historia desde "Vengo del ayer", justo ahora que la había dejado en una parte bastante complicada y que sentí que debía contar pero que no estaba en mis planes dejarla como algo que ves en cuanto entras al blog. Tenía preparadas varias páginas más de esa historia para avanzar y pasar a pastos más verdes y me hacia ilusión hacerlo , ahora que al fin había acabado con esa barrera que tanto me costó derribar para escribir ese último post. Pero la vida es imprevisible y también se aburre mucho, y es entonces cuando ella decide ponerte las cosas un poquito más chungas para darle emoción a tu existencia y de repente todo cambia, y lo que tenías decidido deja de tener importancia porque, o bien te cuesta un huevo salir de ese revés, o de la misma hostia que te calza te deja incrustada en la pared como si fueras un puto póster, y en cualquier caso se necesita tiempo para recomponerte.
Yo he pasado por una de esas fases en las que al final acababa hundida en lo profundo de un agujero más negro que el sobaco de un grillo, dando vueltas y vueltas y más vueltas a cosas que no puedo cambiar, que no van a ser diferentes, que no voy a olvidar o que no puedo hacer nada por darles otro enfoque.
Poco a poco me fui aislando de todo, y de todos, buscando ese algo que me ofreciera un poco de paz de espíritu, que me permitiera regresar a la normalidad, dormir, comer, funcionar, pero no lo encontraba. Todo el mundo pasa por esas fases en las que se te unen varias cosas en la cabeza y no te permiten ver mas allá, y sientes que estás parado en el camino y no puedes dar pasos para avanzar, y el camino es como una cinta de correr que continúa avanzando hacia ti, con un montón de obstáculos que debes saltar mientras avanzas, pero como no puedes moverte, los obstáculos van acumulándose unos encima de otros, organizando un caos, mientras que tú solo miras incapaz de solucionar nada.
Si miras a los lados puedes ver a otras personas recorriendo su camino en su cinta de correr saltando sus obstáculos con facilidad, personas que te animan a intentarlo y que no entienden por qué tú no puedes. Y tampoco sabes explicar qué es esa fuerza desconocida que te mantiene clavado en el suelo y no te permite caminar. Algunas de esas personas te ofrecen su mano con la vana esperanza de ayudarte, pero tras varios intentos y forcejeo se dan por vencidos entendiendo que es imposible. Otros buscan todo tipo de cosas que puedan ayudarte a salir de ahí y caminar. Piensan y le dan vueltas a la cabeza y no se rinden, poniendo en ello todo su empeño, trazan planes que ponen en práctica para hacer correcciones y nuevos diseños a medida que todo fracasa. Si tienes la suerte de tener a alguien así en tu vida ya eres más afortunado que el más adinerado y millonario del mundo, tu tesoro es mayor que el suyo en todos los sentidos. Pero esto no lo hace más fácil sino al revés, lo hace más difícil, permitid que os explique.
La persona que te ayuda con tanta entrega y empeño lo hace con amor, y realmente motivada, pero también descuida su propia cinta andadora y se le acumulan los obstáculos y cosas sin atender. A diferencia de ti que no puedes moverte, estas personas son conscientes de su caos y aún así continúan ayudándote decididos a solucionar tu problema, mientras tanto tú vas observando como va tomando consistencia su caos, jodida y sintiéndote culpable por ser la causa de esos problemas. Y entonces sientes aún una mayor prisa por acabar con esa situación y esa ansiedad creciente te mortifica todavía más, aceptando cualquier final, sea cual sea, y con tal de evitar problemas a personas que te importan, pones toda la distancia que puedes con el resto de los mortales y te aíslas en tu mundo, impidiendo que se te acerquen, aunque esta sea la peor de las decisiones para ti.
Los días pasan mientras tú te encuentras aislado de todo, cada vez más anclado al suelo, y cada vez sintiéndote más incapaz y más inútil como si un millón de manos te sujetaran las piernas, los brazos y hasta te amordazaran.Y entonces sólo puedes mover los ojos y respirar, ni siquiera hablar. Es curioso como en esos momento en los que ni siquiera puedes reaccionar correctamente aparecen los típicos idiotas y te atacan con cualquier pretexto o estupidez, y como no reaccionas a su ataque de mierda, llaman a otros idiotas como la sangre que fluye de una herida en el mar atrae a los tiburones o como la canción del elefante que se columpia en la tela de una araña. Confiados y envalentonados porque no te ven defenderte, te rodean para golpearte y a cada ataque sus risas son mayores y más fuertes. Cada golpe es más doloroso y la herida más grande, y tú solo te puedes aovillar para protegerte y esperar a que acaben. Esperar a que se cansen y se vayan. Esperar y aguantar. Esperar... Si alguna vez os ha sucedido algo como esto, sabréis muy bien lo que se siente. La vergüenza de verte indefenso mientras soportas golpes y la rabia que recorre tu ser a cada insulto, a cada humillación de aquellos que se aprovechan de tu desventaja y actúan de manera cruel y desproporcionada por eso mismo, porque se saben con ventaja. La impotencia de no poder responder a todo eso como lo hubieras hecho en otras circunstancias, fácil y rápidamente.... Si por el contrario eres de los que se aprovecharon de una persona en esa situación te diré que eres un hijo de puta y mereces el doble guantazos, como mínimo, para que aprendas a pelear de forma justa y equivalente. En mi caso, yo tomé buena nota de cada uno de los que me golpearon, de - todos - y - cada - uno. Sé muy bien quienes fueron, si señor, porque entonces no podía defenderme...¡pero ahora sí!. Sólo los tontos creen que ganan la guerra porque un día ganaron una batalla y se fueron tan contentos porque viendo al enemigo caído. Yo no soy como la fiera que ataca si se ve acorralada, no, yo me relamo las heridas en soledad y cuando están curadas busco el momento de devolverla con intereses. Me da igual cuanto tiempo me lleve hacerlo pero me aseguro de dar el último golpe para que no vuelvas a acercarte a mi en tu vida. Si tienes un problema conmigo siempre podemos charlar para solucionarlo, pero si tienes un problema conmigo y no lo haces o no te caigo bien por el motivo que sea, la opción inteligente es pasar de mí y dejarme en paz, directamente, como si no me conocieras y ya está, pero no finjas afecto cuando no lo sientes y aproveches momentos difíciles para lanzarme tu mierda.
Lo mismo que en los momentos malos se pueden distinguir claramente a las personas a quienes le importas, en los mismos momentos oscuros también ves, de forma nítida y clara, a los que no les importas una mierda y fingieron otra cosa, y cuando te encuentras restablecido pones las cosas en su sitio tanto para unos como para otros. Así funciona desde siempre.
Con todo encima como llevaba, era evidente que no encontraba en el mundo una fuerza capaz de superar lo que me pasaba, y todas las decisiones que tomaba eran equivocadas y empeoraban todo. La vida no entiende de momentos difíciles así que no puedes esperar que te de un respiro en tus cosas porque sabe que estás justo de voluntad o de fuerzas. La vida sigue su avance con la misma intensidad de siempre y si caes te deja atrás, porque es tu puto problema. La vida es la cinta andadora que avanza y avanza a la misma velocidad y no lo hará más despacio porque tu lo necesitas, si no tienes capacidad para recorrerla al son que ella marca entonces te derriba, te hace caer y no importa nada.
Yo ya me sabía vencida cuando acudí a su lado, al único sitio donde puedo encontrarle de forma física aunque sin verle.
Puedo mirarle a los ojos mientras me sonríe desde la foto que hay sobre un libro de mármol con su nombre y apellidos junto a la fecha en que se fue, pero no puedo escuchar su voz, verle moverse o tocarle. En aquel lugar es donde siento más su presencia que su ausencia. Y acudí derrotada por segunda vez en un año, aunque a diferencia de la primera vez, en esta ocasión acudí sin esperanzas de ningún tipo porque no buscaba soluciones, sino un refugio donde cobijarme y consumirme en mi soledad, porque a veces solo quieres derrumbarte en la más absoluta intimidad lejos de miradas preocupadas que quieren animarte o ayudarte, y lejos de las otras miradas, las que se disfrutan con tu pena. Seguramente sepáis lo que quiero decir con escapar a un lugar lejos de todo donde poder dar rienda suelta a vuestro yo interior sin temor y sin limite, cuando yo lo busqué mis pasos me guiaron hasta su tumba, y supongo que tiene sentido, tiene todas las cualidades para ser ese refugio.
Miré a sus ojos estáticos y fríos en la fotografía y sin emitir palabras le conté todo un año de hemorragias sin motivo. De cómo se estrecha el conducto que lleva el aire a mis pulmones. De fiebres tan altas que hacen brotar heridas. De mareos y desmayos que no cuentas a nadie. De mirar al mundo desde una ventana mientras las horas pasan y la luz del día se extingue...
Y del dolor que provoca pintar una sonrisa en tu cara tan grande que quien la mira no se percata de que tus ojos no sonríen, de no saber si te estás curando de esa enfermedad o te estás despidiendo, que en tu interior las cosas ya no funcionan de la misma manera a como lo hacían antes y también sabes que no lo volverán a hacer. Le conté de aquellos planes de futuro que empezaba a dudar que se hicieran realidad, de las cosas a las que renuncio cada día consciente de que me son imposibles por sencillas que sean, de todo lo que ya podía decir que perdí porque nunca fue mio, porque nunca tuve oportunidad de luchar por ello. Y en mi pensamiento hablaba y hablaba pero las lágrimas no acudían a mi.
Incapaz de sacar siquiera una parte de todo ese dolor interno, comencé a ser consciente de lo que sucedía. Había mantenido el tipo con tanta aplomo para los demás que ahora, cuando al fin podía liberarme de eso, simplemente no podía. Decidí seguir hablando con él en mi mente...Y entonces...
...Conté lo difícil que son los días cuando cuidas de otra persona a la que amas, de ese miedo que sientes cuando se atraganta mientras come y entonces todo tu mundo tiembla bajo tus pies y amenaza con venirse abajo si no escuchas pronto esa bocanada de aire que llena su pecho de oxígeno de nuevo. Del miedo que sientes cuando le escuchas toser tan seguido cuando duerme. Del sonido de su respiración cansada y dificultosa a cada uno de sus paso, los silbidos, el gorgoteo y la impotencia que causa saber que no puedes hacer nada. Todos los días das gracias por tenerle contigo un día más, aunque el precio sea tan alto, tan alto...
Conté que hay personas por las que un día sentí preocupación, pero me dieron la espalda, ofendidas, cuando se lo manifesté en un vano intento por evitar que les hicieran daño, y eso que estas personas contaban con mi cariño. También que hay días en los que me cuesta ser indiferente a ataques de otros que ni siquiera se molestaron en conocerme cuando ya me juzgaron, y de las veces que por querer mostrar indiferencia a estas personas que me juzgan, me confundieron con un ser sin sentimientos y me trataron como tal, de manera que no tuvieron limites a la hora de mostrar su crueldad. Que en esos momentos en los que me siento como si mil manos me amordazaran y me inmovilizaran, creía estar convencida de ver en algún momento a alguien amigo para ayudar, esquivándome golpes o ayudando a defenderme pero nunca les vi, esperé y esperé, convencida de verle aparecer en cualquier momento, sin éxito y eso me abrió los ojos a la verdad.
Hablé de los frustrantes momentos en los que quise encontrar esa melodía que anhelaba mi corazón y por más que intenté hacerla posible, mi guitarra no quiso hacerla sonar y podía sentirlo como si el amor de mi vida me hubiera desairado y no alcanzara a saber por qué. Como si me diera la espalda negándome cualquier oportunidad de reconciliación. Así me sentía cada vez que mis manos acariciaban las cuerdas sin conseguir sonido alguno, porque, si cuando intentas tocar no puedes, es que ni siquiera fluye la comunicación contigo mismo. En esos momentos sabes que has tocado fondo y solo buscas un lugar donde caer.
Y sin apenas darme cuenta me abracé a la lápida, quedando de rodillas en un intento por que mi mirada y la suya quedaran a la misma altura , mirándole fijamente, ahora sí, con los ojos arrasados de lágrimas. Y me abandoné al llanto en aquel sonido del silencio que reinaba en todo el cementerio y únicamente roto por mis sollozos, en compañía de la más absoluta soledad como testigo.
Tanto deseé tenerle de nuevo conmigo que cuando sentí aquella caricia en mi pelo ni siquiera me sobresalté, y durante un par de segundos estuve convencida que era mi padre quien me acariciaba el cabello para consolarme.
Cuando alcé la vista vi a un hombre mayor a mi lado, mirándome con compasión, y con una tímida sonrisa en los labios. Vestía un traje de chaqueta oscuro y llevaba un ramo de rosas blancas en la mano.
- Vengo a ver a mi Santa -Dijo, cómo responiendo a una pregunta que yo le hubiera hecho.
Yo le miraba confundida, aún bajo los efectos de la emoción, sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Supuse que quizá mi llanto fuera tan alto que captó su atención, lo cierto es que todavía hoy no sé de donde salió aquel anciano, ni siquiera le escuché llegar.
- Mi Santa es la única que me entiende ¿sabes?, ya sé que esto suena muy loco -prosiguió- pero es la pura verdad. La gente nunca va a entender cómo eres, y si lo entiende no te va a tratar mejor, mi Santa es la única que lo hace y por eso vengo a visitarla -dijo sonriendo- ¿para qué voy a molestarme con otras personas si ella lo hace? - se encogió de hombros- . Antes era más fácil, pero quién sabe por qué hace Dios las cosas ¿no?, ahora ella está en el otro mundo y yo estoy en este, y por eso vengo a buscarla todos los días -sonrió de nuevo-
Al instante el anciano miró a la foto de mi padre y a mí alternativamente, y añadió -Tienes sus ojos pero en tu cara lloran y los suyos ríen, pero seguro que los tuyos son más bonitos si no lloran.-Me acarició el pelo de nuevo, y luego, continuó su camino hasta desaparecer en las callejuelas del cementerio, dejándome con una sensación inexplicable. No negaré que la caricia de aquel anciano desconocido fue justo lo que en ese instante necesitaba para no rendirme del todo. No necesitaba charlas motivadoras de ánimo. No necesitaba que nadie me impidiera romperme en llantos del modo en que lo hice. Lo que necesitaba era derrumbarme con libertad desde el fondo de mi caos, y una caricia cálida a la que aferrarme para volver a ponerme en pie.
En los dias posteriores después de aquello las cosas comenzaron a funcionar con un misterioso orden que antes no tenian, y poco a poco todo fué reorganizandose en mi interior adquieriendo otros significados y otros ángulos de observación. Tenía exactamente las mismas cosas pendientes que cuando fuí al cementerio derrotada pero ya no pesaban tanto ni me afectaban del mismo modo. Las decepciones seguían sintiendo como decepciones, los miedos, los temores etc.. Todo estaba exactamente igual que antes pero lo único que había cambiado era mi esperanza, la que antes no poseía y ahora si. Gracias a eso me siento fuerte de nuevo para afrontar mi cinta de correr saltando obstáculos, a mi lado veo a aquellos que desatendieron su camino para atender el mio, contentos por tenerme de vuelta. Lo demás ya no importa, lo iré resolviendo por el camino.