Me recosté en la camilla, el obstetra actuó. Un silencio parecido al instante previo de la caída de la nieve en los bosques cordilleranos aleteó en el espacio. Luego escucho la presencia de un tambor, de mi vientre sale el sonido. ¡Cuarenta años! Mi primer hijo. Los latidos de su corazón navegan entre las lágrimas ancestrales y siento, profundo, el sonido del Universo.
Ana María Manceda
Me recosté en la camilla, el obstetra actuó. Un silencio parecido al instante previo de la caída de la nieve en los bosques cordilleranos aleteó en el espacio. Luego escucho la presencia de un tambor, de mi vientre sale el sonido. ¡Cuarenta años! Mi primer hijo. Los latidos de su corazón navegan entre las lágrimas ancestrales y siento, profundo, el sonido del Universo.
Me recosté en la camilla, el obstetra actuó. Un silencio parecido al instante previo de la caída de la nieve en los bosques cordilleranos aleteó en el espacio. Luego escucho la presencia de un tambor, de mi vientre sale el sonido. ¡Cuarenta años! Mi primer hijo. Los latidos de su corazón navegan entre las lágrimas ancestrales y siento, profundo, el sonido del Universo.